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Hacia unos minutos que Duncan y su amiga se habían ido cuando decidí que debía acompañarlo. Aquella decisión no la tome solo porque quisiese descubrir que había pasado con mi hermano, si no porque sentía una gran curiosidad sobre aquel mago. Había algo en él que me llamaba la atención. Sus ojos violetas, tan intensos, con aquella mirada tan dulce y tranquilizadora que me había dirigido cuando había exigido interrogar a los prisioneros había calado hondo en mi: no podía quitármelo de la cabeza. Salí del castillo tan rápido como pude, medio corriendo, pues temía no llegar a tiempo para alcanzarles, pero, para mi sorpresa, los vi salir por las puertas. Me quedé quieto, observando como andaba aquel joven, con aquella despreocupación, aunque si te fijabas bien podías notar lo tenso que estaba, por la desaparición de mi hermano. Su pelo rubio, apenas movido por el viento que corría por las calles, me hacía tener ganas de abrazarlo y... me mordí el labio y aparté aquellos pensamientos.

-¡Duncan!-grité, sin pensármelo dos veces, pero cuando se giró y me miro con aquellos ojos tan preciosos me quedé sin palabras, y mi corazón latió a mil por horas. Sacudí la cabeza para quitarme aquellos pensamientos tan extraños que se me pasaban por la cabeza, y tras balbucear unos segundos, conseguí hablar-voy contigo. Quiero saber que le ha pasado. Os ayudaré.

Me acerqué rápidamente a ellos, y nada más ponerme a su lado no pude evitar fijarme en sus labios, parecían tan suaves... tan carnosos. Cerré los ojos y tragué saliva. Cuando los abrí aparté la mirada. ¿Que demonios me estaba pasando?

Me quedé sopesando las posibilidades que se me revelaban: por un lado, podía enviar a Harias de vuelta al castillo para que descansara, pero lo más probable era que no durmiera absolutamente nada y provocara otro escándalo en el hogar de los Elanessë; por otro lado, podía proporcionarle alojamiento en la Torre, pues de esta forma el se quedaría más tranquilo al tenernos cerca y poder informarse sobre las novedades. Además, no me hacía especial ilusión que Drante estuviera con la nobleza norteña.

- Mmm, de acuerdo. Tus padres se han acomodado en una de las dependencias de la Torre. Normalmente no se permite el alojamiento de familiares de los aprendices, pero dada la especial situación que se nos presenta, tú puedes quedarte también hasta que encontremos a Nerón - dije mientras le sonreía y palmeaba la espalda para transmitirle apoyo.

Aprecié que Minka me miraba con desaprobación. Tal vez piense que me estoy extralimitando con mi autoridad para proporcionarle una cama en la Torre a Harias, pero ahora mismo ese es el menor de los problemas a los que se enfrenta el Consejo Superior. Dudo mucho que les importe que me haya tomado esta pequeña libertad

- Cuando lleguemos iré a hablar con las personas adecuadas para enterarme de las nuevas en relación a todo lo que está pasando. Si quieres, mientras puedes darte un baño e intentar dormir un poco. Después te haré una visita para ponerte al día, no te preocupes - añadí mirando a Harias.

Miré a Lady Iresia con ojos divertidos y haciendo el ademán de acercarme más a ella, sonreí con malicia.
-Veréis, princesita, generaciones de piratas han carecido de sutileza, educación y buen hacer porque no necesitan ser corteses...nosotros renegamos de los nobles y sus farsas, queremos la libertad de palabra y movimiento, somos los hijos no sometidos al yugo ¿me comprendéis? y el Mar no tiene rival- acto seguido solté una sonora carcajada para continuar hablando-Perdone, quizá esté siendo  arrogante en demasía y vos merecéis un respeto, sois bella...-Me bajé del escritorio y estiré las piernas, cada vez más cerca de ella- Pero no es su belleza lo que me ha traído hasta aquí, disculpe, no la haré perder tiempo con historias de piratas y a todo esto, mi nombre, el que elegí cuando soñaba con dominar los océanos, es "Valmar de Rhen"- Haciendo gala de mi agilidad, me agaché al tiempo que decía mi nombre, ayudándola a recoger la pila de libros que yo mismo había tirado y entonces, nuestras miradas se encontraron durante unos instantes.

-Iresia- un tenso silencio se adueñó de la biblioteca- Tengo información que os será de utilidad, estoy seguro. Respecto a lo que quiera a cambio, lo dejaré para el final- Dije levantándome y dejando la pila en el escritorio- Verá, las tabernas son lugares de alterne, llenas de bocas gustosas de soltar noticias morbosas o de interés y da la casualidad de que anoche escuché una noticia del segundo tipo y tras la ejecución la conversación suelta tomó significado.- Hice una pausa, para ponerla más nerviosa -Sé que los cinco prisioneros no cometieron un robo, más bien un secuestro múltiple y sé un nombre, "Crassior" y su compañía de mercenarios...son como una secta, según pude escuchar.

Me senté en el escritorio, apoyando la espalda en los libros. Me quedé mirando fijamente al pirata, que se mantenía erguido enfrente de mí.
Pasaron unos minutos en los que le di vueltas a lo que acababa de decir: "Crassior". Sí, ese nombre llevaba rondándome la cabeza todo el día, en un vano intento por descubrir qué o quién era. Y, ahora, una respuesta había aparecido ante mí.
"¿Será de fiar? Puede ser. Sabe que en realidad entraron para secuestrar a..."

-Bueno, Valmar de Rhen, no deberías estar tan seguro de tu propia seguridad. Al fin y al cabo no tienes tu mar aquí para protegerte, ¿verdad? Y tengo entendido que a los nobles de por aquí no les gustan los plebeyos arrogantes...-dije sin apartar la mirada, mientras introducía un dedo entre su cinturón y su piel. Con un mínimo esfuerzo lo arrastré hacia mí, hasta que estuvo tan cerca que pude notar su aliento. Al mismo tiempo, el aroma salado del mar me inundó mientras que sus ojos se clavaban en los míos. En ese instante procedí a seguir hablando:

-Puedo darte muchas cosas a cambio de esa información, Valmar, siempre y cuando resulte ser cierta. Si no...hmm...no creo que nadie te eche de menos. Y aunque lo hagan, no vendrán a preguntar aquí. Tú decides: si me dices TODO lo que sabes tendrás lo que quieras.-concluí alejando mi mano del pirata y dejando el puñal que llevaba escondido en el cinturón reposando a mi lado.

El sol siguió subiendo en el cielo mientras la mañana avanzaba y todo volvía a la normalidad, y yo paseaba entre los patios que rodeaban los muros grises del castillo. No tardó en llegar a mis oídos una voz ligeramente familiar, que a penas había oído. Era aguda, y podía denotarse en ella esa felicidad propia de todos los críos al divertirse.

- Buenos días, príncipe- Aran dejó de correr en seco tras el resto de niños, y se giró a mirarme.

- Buenos días- dijo con una nota aún más divertida en la voz- ¿qué te ha pasado en el pelo?

- Oh... mi pelo... ¿no os gusta?

- Supongo que está mejor así- Dijo mientras se sentaba y recuperaba el aire, con una sonrisa. Permaneció un rato en silencio, mientras me sentaba a su lado, hasta que cayó en la cuenta-  ¿dónde está el dragón? No le he visto en el cielo esta mañana, ni en el establo.

- Bueno, mi amigo ha tenido que irse del castillo, y se lo ha llevado- Dije, tratando de preocuparle lo menos posible- Podríamos ir a verles después, si a vuestra hermana le parece bien.

- Jo. Pero yo quiero verlo. Quiero que se quede en el castillo.

- Un establo repleto de caballos no es lugar para un dragón, ¿no creéis?

- ¡Pues claro que si! Sir Gallet tiene un caballo, y también un dragón. Y son amigos.

- ¿Sir Gallet?- no comprendía de qué hablaba el muchacho, que comenzó a reír profundamente- No he tenido el gusto de conocerle.

- ¡Porque murió hace mucho!- el príncipe a penas podía hablar entre risas- Fue un héroe que peleó en una guerra- me explicó cuando hubo conseguido calmarse- Iresia me cuenta sus historias a veces en la cama cuando quiere que me duerma. Pero no es un cuento, existió de verdad. Y también me lee cuentos, pero los de sir Gallet no son cuentos.

- ¡Oh!- recordé vagamente las historias de aquel caballero fantasioso que volaba en un dragón y montaba en su caballo- Claro, sir Gallet. Disculpadme, claro que le conocí- decidí mentirle- Yo tengo muchos años, ¿sabéis?

- ¿Ah sí? ¿Cuantos?- se mostró interesado de pronto.

- 332, o 33.

- ¿No te acuerdas de cuantos años tienes? No puede ser. Sir Gallet murió hace mucho más tiempo.

- Bueno, tal vez fuera otro sir Gallet- dije con una sonrisa- será mejor que entremos. Vuestra hermana mayor debe estar buscándoos.

Sonreí ante su invitación y acepte de buen grado. Continuamos andando hasta la Torre, y una vez allí me enseñó la habitación que iba a utilizar: Drante iba a dormir en el bosque, alerta a cualquier sonido para poder huir. Dejé mis cosas y me acerqué a la ventana, para observar el exterior. Me di una ducha rápida y me tumbé en la cama tras vestirme, aburrido, sin saber muy bien que hacer hasta que Duncan me viniese a buscar. Duncan. No comprendía que es lo que me había pasado al verle, ni porqué había reaccionado así, pero de pronto todo se había esfumado, auqnue todavía quedaba algo de ilusión al acordarme de su nombre. ¿Estaría enamorándome de él? Agité la cabeza con fuerza, para apartar aquellos pensamientos de mi. Era imposible. Aunque era muy guapo, y aquellos ojos... dejé volar mis pensamientos, hasta que la imagen de él sin camiseta, tumbado en mi cama, apareció. Me levanté de golpe y empecé a dar vueltas. Aquello no podía estar pasando, no a mi. Suspiré.

-Espero que venga pronto a informarme, tengo que ir a buscar a Gïo para saber que vamos a hacer. Aun tenemos que ir al norte a cumplir su misión de hablar con los elfos jefes-susurré tras un suspiro. ¿En que clase de lios me estaba metiendo? Había venido a cumplir una hazaña, y de pronto habían intentado secuestrar a mi dragón, a un principe, y me atraía la simple idea de besar a un mago. Aquello era una locura, tenía que ser un sueño.

Con aquel pensamiento en la cabeza, me tumbé y me quedé dormido al rato, soñando con todo lo que había pasado, y aquello que quería que pasase.

Tras dejar a Harias en su nueva habitación me dirigí al despacho del Serafín y le relaté todo lo sucedido: desde la inocencia de los Eleneassë en la desaparición de Nerón hasta el breve interrogatorio de los presos, pasando por el intento de secuestro del príncipe y Drante.

Para aquellos que no conocieran a aquel hombre, podía parecer que el tema no le importaba lo más mínimo, pero en realidad yo era consciente de que estaba meditando profundamente sobre el asunto, de manera que decidí no molestarle durante los largos minutos que estuvo cavilando.

- Tendrás que colaborar con ellos para esclarecer todo este asunto y resolverlo lo antes posible. No podemos tolerar un atentado de este nivel contra la Torre.

- En realidad solo conozco a Harias, pero no creo que ni él ni Gïo tengan problema en colaborar con nosotros. Aunque he de reconocer que ni siquiera he entablado una conversación decente con este último.

- No. Creo que no me has entendido, Duncan: con colaborar con ellos me refiero también a la princesa Iresia - dijo dirigiéndome una mirada penetrante.

- Tengo que admitir que la idea no me hace especial ilusión - dije tras un momento de reflexión - pero creo que el problema será que ella no querrá colaborar con nosotros.

- Acaban de intentar secuestrar a su hermano, seguramente estará lo suficientemente desesperada para aceptar la ayuda de un hechicero poderoso como tú. Es cierto que nuestras relaciones con al nobleza dejan mucho que desear, pero por primera vez tenemos un asunto en común que a ambas partes nos interesa solucionar con la mayor brevedad posible.

- Aun así, existe la posibilidad de que se niegue a aceptar la ayuda de la Torre, Arcanus.

- Ella perderá más que nosotros. Son los nobles los que tienen enemigos en cada esquina. Sin embargo, nosotros solo los tenemos a ellos por adversarios, nos será más fácil encontrar información.

No estaba totalmente seguro de que el Serafín estuviera en lo cierto y la fe ciega no era lo que buscaba la Torre, pero también era verdad que aquel hombre no había cometido un solo error desde que se encontraba a la cabeza de todos nosotros. Asentí con la cabeza, hice una leve inclinación y salí de la habitación.

De todas formas, debería ir mentalizándome y haciendo preparativos por si esos soberbios elfos deciden negarse a colaborar con nosotros Seguí pensando sobre el tema hasta que me di cuenta de que me encontraba justo delante de la habitación de Harias. Ahora que lo pensaba, el dragón también podía ser un fuerte aliciente para que colaboraran con nosotros, pues al fin y al cabo hacía siglos que no se veían más de esas hermosas criaturas por el norte. Llamé a la puerta y esperé, pero nadie contestó. Volví a llamar y, tras no escuchar respuesta, decidí entrar para comprobar que todo estaba en orden.

Lo que me encontré al deslizarme dentro de la habitación provocó en mi una ligera risa que tuve que disimular tapándome la boca: Harias estaba despatarrado en la cama y durmiendo. Era normal que estuviera cansado, todos estábamos sometido a un estrés fuera de lo normal, últimamente.
La siguiente reacción que tuve fue de curiosidad. Se le debía de haber olvidado ponerse la camiseta y ahora se podía visualizar un torso bien definido fruto del constante trabajo en la esgrima, pero sin llegar a resultar demasiado musculoso. Tenía unos labios carnosos y llenos de vida y juventud, y algo que llamaba mucho la atención era la cicatriz que le partía del ojo y le llegaba hasta la barbilla formando una media luna ¿Dónde y cómo se habrá hecho eso? Tal vez podría sanárselo del todo con magia Pensé con una sonrisilla pícara en los labios.

Me agaché y le sacudí suavemente el hombro:

- Harias, despierta.

Me sobresalté cuando note que alguien tocaba mi hombro, y tras incorporarme casi de un salto, con el corazón casi a mil, me fije en que era Duncan quien estaba a mi lado. Tragué saliva, pero en vez de calmarme verle, noté como mi corazón se aceleraba más. Vi en sus labios una sonrisa pícara caso irresistible.

--Oh, hola Duncan--logré decir, casi tartamudeando. Me ponía tan nervioso tenerle así de cerca. Con solo alzar la mano podía acariciar su piel... debía de ser tan suave.--¿Que pasa? ¿Ya tienes noticias?

Tras decir aquello una chispa de tristeza invadió mi ser. Si lograban saber donde estaba mi hermano, tendríamos que despedirnos y seguramente no volvería a verle, pero si venía con Gïo y yo al norte... suspiré de nuevo. Agité la cabeza y me levanté, dirigiéndome a la mesa, donde se encontraba mi camiseta. Tras ponérmela me senté a su lado, esperando respuesta.