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Llevaba ya casi una semana fuera de la Academia, con Drante, mi pequeño dragón escarlata, al que había conocido cuando tenía cinco años. Aquella era la primera vez desde que ingresé que me iba a más de treinta metros del recinto de la Academia Sagrada de Jinetes de Dragón, donde había entrado al conocer a mi compañero. En aquella escuela había dos modos de entrar, el primero, era como espadachín, que era lo que hacía todo el mundo, y te prestaban un dragón amaestrado en cada misión, normalmente el mismo, la segunda forma era que un dragón libre te escogiese como su jinete, que era lo que a mi me había pasado. Drante era un dragón bastante grande para su edad, de un metro ochenta de alto, y cuatro metros de largo. Tenía la misma edad que yo: dieciocho. El motivo de porque había salido de la Academia era fácil de comprender: para graduarnos teníamos que hacer una hazaña. Pensaréis que es algo sencillo teniendo un dragón, pero no podíamos utilizarlo, porque era una ventaja descompensada con el resto de alumnos. Lo más irritante es que Drante estaba conmigo siempre, pero no podía cabalgar en su lomo ni volar por los cielos, que habría sido lo más sencillo. Dado que en el continente del sur no había mucha cosa para hacer que se considerase acto heroico, me había dirigido a las playas del norte del continente, para viajar a las islas del centro, llenas de piratas astutos, o al continente norteño, habitado por increíbles criaturas mágicas que yo jamás había visto, pues era un simple humano.

Nada más llegar al puerto, busque una posada que pareciese lo suficientemente cómoda, y me paré ante una llamada la Punta Alta. Parecía el lugar perfecto para mi. Drante replegó sus alas, teniendo el ancho suficiente como para entrar por la puerta, y abrí, precipitándome lentamente al interior. Me quedé parado, al ver que todo el mundo me miraba: supuse que sería por la cabeza verde brillante de dragón que sobresalía por encima de mi hombro.
--Muy buenos días-sonreí, de forma cortes, intentando que todos los presentes se tranquilizasen un poco. De forma casi absurda, no me fije ni en un momento que todos los presentes portaban unas preciosas orejas puntiagudas, y por supuesto, no me había molestado en leer el ''Solo para elfos de más de dos metros'' que ponía en pequeño en la puerta. La verdad es que yo nunca me fijaba en los detalles, y por eso siempre metía la pata--Estoy buscando un barco que me lleve al norte, ¿conocen alguno dispuesto a transportar a un jinete? Proporciono protección a la embarcación.

Acababa de amanecer en Lia-Gáe,  una de las más importantes urbes de todo el Norte. También era punto de reunión de personalidades de diversa índole, ya que ostentaba el título de séptima capital mágica. A pesar de su mediocre extensión, estaba estratégicamente colocada en el centro del continente norteño, lo que hacía de ésta una ciudad en auge, llena de gente y negocios de todo tipo, donde el silencio brillaba por su ausencia.

Esta era, en efecto, la ciudad que me había visto crecer. Aparté la sábana y me puse de pie, consiguiendo mantener el equilibrio. Me acerqué al baño y llené de agua la pila de mármol que reposaba junto a la ventana. Metí dentro la cabeza, esperando que aquello me despejara las ideas. Al incorporarme, el espejo me devolvió la imagen de una joven de una palidez extrema, con un ligerísimo toque violeta en los labios que le daba el aspecto de vivir congelada. Todo en ella transmitía frío; el pelo azul celeste, la piel de nieve, los ojos como trozos de hielo polar. Su propia mirada era glacial…un paisaje invernal.
Tras estos segundos de ensimismamiento, atravesé mi cuarto decidida a prepararme lo antes posible. Siempre vestía de negro, acorde con el luto que había elegido guardar tiempo atrás. Con todo, me las ingeniaba para estar deslumbrante. Había despreciado el brillo y la vulgaridad de las alhajas y demás adornos aparentemente tan admirados por el resto de mi género desde una edad muy temprana, por lo que prefería no tener joyas con las que arreglarme. Lo compensaba con peinados artísticos y con una elegancia que había cosechado no pocas envidias entre la nobleza femenina del Norte.

Pero aquella mañana no contaba con el tiempo necesario, así que opté por una simple trenza que me llegaba a la cintura y una suave túnica negra. Llena de curiosidad, empujé la puerta y recorrí a buen paso las dependencias del castillo, vacío a horas tan intempestivas, directa a la sala de reuniones.

Noté que la luz se filtraba a través de la fina capa de tejido que formaban mis párpados cerrados. Siempre disfrutaba aquel momento de la mañana: abría los ojos, veía la luz entrando por la ventana e iluminando el cielo azul, y oía el canto arrullador y vivificador de los pájaros.

Me levanté y vislumbré en el armario entreabierto la túnica violeta que delataba mi puesto en el Consejo Superior de la Torre de Menlis. La Torre era el centro de poder mágico de aquellos seres que no pertenecían a la nobleza en el continente del norte.

Fui a darme un baño rascándome la cabeza y bostezando, mientras pensaba en los continuos conflictos que teníamos con la nobleza norteña. Estos opinaban que la magia solo debía impartirse entre ellos, dado que eran los únicos que contaban con medios económicos suficientes. Sin embargo, en la Torre de Menlis permitíamos la entrada de todo aquel que quisiera estudiar por medios humildes y equilibrados, siempre y cuando, por supuesto, presentara las aptitudes mágicas requeridas.

Tras secarme me miré en el espejo y sentí que mis ojos violetas recuperaban la calidez que les procuraba su intensidad al recordar el día que era hoy: la Iniciación. El día más esperado del año, dado que se observaban los nuevos talentos que solicitaban la admisión en la Torre. Cada vez era más raro encontrar jóvenes con un gran potencial en el mundo de la magia, dado que la mezcla de razas estaba peor vista con el paso del tiempo y esto solo conllevaba un debilitamiento de la sangre.

En fin, era mejor no pensar en eso si no quería convertir aquel día prometedor en uno nefasto. Tras asegurarme de que el pelo dorado estaba decente, me puse la túnica y me apresuré a bajar al comedor.

Me encontraba sentada ante la mesa de nogal, acariciando a Nyx mientras esta ronroneaba sobre mi regazo. La gata llevaba conmigo casi un año, el tiempo que hacía desde que mi padre había aparecido con una bolita de pelo blanca en brazos el día de mi 17 cumpleaños. Lo nuestro había sido amor instantáneo. En cuanto nuestros ojos del mismo color se encontraron, establecimos una especie de vínculo y ya rara vez no me acompañaba.

En la sala se encontraba casi toda la familia: mi padre, Nólar Elanessë, que llevaba siendo señor de Lia-Gáe desde mucho antes de que yo naciera. Este cargo era el que había hecho que estuviéramos reunidos, ya que lo obligaba a retirarse por no sabía cuánto tiempo a Mánwë. A su derecha se encontraba Lys, su mujer, una sidhe menuda y discreta que parecía, como siempre, demasiado nerviosa. En frente de estos estábamos mi hermanastro pequeño, Aran, un sitio vacío y yo. El último en llegar era Othar. Hizo una reverencia breve, mínima, ante su familia.
-Señores padres. Hermano. Hermana.
-Llegas tarde-se limitó a decir Nólar-. Como siempre.
Cuando tomó asiento a mi lado, retorciéndose las manos, mi padre comenzó a hablar. Nos explicó que debía viajar al Norte para aclarar “ciertos asuntos” con personajes importantes allí arriba. No dijo nada más, solo que iría con Lys y que Othar, su primogénito, tenía que acompañarle.
-Por lo tanto- proclamó mirándome a los ojos-. Quedarás al mando del castillo durante ese tiempo, Sia.

Horas más tarde, cuando ya estaba bien entrada la mañana, Aran y yo nos dirigimos a las cocinas para despedirlos. Casi nunca pisaba la planta baja y me resultó agobiante la cantidad de bullicio y gente que había de un lado para otro. Aun así, intenté ignorarlos a todos y dejé que mi padre me apretara con fuerza en su abrazo.
-Sé que estarás a la altura, cielo.-me susurró al separarnos.
“Eso espero” pensé mientras los veía marchar.
Cuando dejaron de verse a lo lejos, decidí volver arriba, pero noté que me faltaba algo. “¿Nyx?” La llamé y la descubrí unos metros más allá, en el patio del castillo, ronroneando a los pies de un chico. “¿Pero qué haces, idiota?” pensé mientras me acercaba a recogerla.

Según me iba acercando al castillo observé que el carro de los Elanesë se alejaba en la distancia. Era fácil imaginar que el cabeza de familia tenía uno de sus largos viajes a Mánwë. No en vano, era una de las familias más poderosas dentro de la jerarquía de este continente.

A lo mejor tenía suerte y no me veía obligado a saludar a ninguno de esos ostentosos señores del castillo. Siempre andaban despreciando a todos los sirvientes que les facilitaban la vida a diario, como si su trabajo no mereciera ningún reconocimiento. Me habría gustado verlos lavándose la ropa o cocinando, para que aprendieran el auténtico valor de las cosas que los demás hacían por ellos.

En medio de aquella nube de pensamiento sentí que algo me acariciaba la pierna. Resultó ser un gatito precioso, blanco y de ojos azules como el hielo. Me agaché a acariciarle:

- Hola bonito – dije sonriendo - ¿Cómo te llamas y qué haces aquí solito?

Nunca dejaba de sorprenderme como los animales, y en especial los gatos, eran capaces de sentir el don de la magia en las personas. No era la primera vez que se descubría un gran talento en la persona menos esperada gracias a una de estas criaturas.

De repente, unas manos levantaron a aquella bolita de pelo y lo retiraron de mi. Al levantarme y mirar vi a una chica joven. Todo en ella transmitía frialdad: el pelo azul celeste, la palidez de la piel, los labios ligeramente violetas y, sobre todo, la mirada glacial. A juzgar por las ropas lujosas era una Elanesë.

- Buenos días, mi señora. Creo que no tengo el placer de conoceros. Me llamo Duncan, Consejero Superior de la Torre de Menlis.

No es que normalmente fuera haciendo gala de aquel título a diestro y siniestro, pero quería que aquella chica supiera con quien estaba hablando. No cabía duda que su familia era muy poderosa, pero tampoco les convenía granjearse la enemistad de la Torre.

Me quedé helada al escuchar quién era el chico, o cuál era su cargo. Pensándolo bien, tenía sentido, puesto que llevaba una túnica violeta que curiosamente iba a juego con sus ojos. Aun así, algo desentonaba, era demasiado joven para ese rango; no aparentaba llevarme más de dos o tres años, y tenía entendido que el violeta estaba reservado para el segundo nivel más alto, por debajo del dorado, que era el del mandamás de la torre, el Serafín.

Dejé de pensar en la estructura sobre la que funcionaba la Torre de Menlis, la cual la teníamos bien estudiada para que no supusiera un peligro para nuestra posición. De cualquier manera, no podía creer que tuviera a uno de sus miembros delante, sabiendo lo que representaba. Era el único atisbo de rebelión, lo único que desentonaba en nuestra sociedad estamental perfectamente organizada. Tras largos años de lucha por lograr una estabilidad, se había decidido tolerar la existencia de la Torre, la cual se sustentaba sola, para evitar un mal mayor. Mantenían una ideología completamente opuesta a la nuestra, creyendo que la magia era para cualquiera…y ahora tenía a uno de ellos en mi casa. Increíble.

-Buenos días…Duncan. Yo soy Iresia Elanessë, y ahora mismo estoy al mando de este castillo. Hmm… ¿qué haces aquí?-mantuve el tono cordial de la conversación, con Nyx en brazos.
A pesar de irritarme su cargo, me agradaba el halo mágico que desprendía aquel muchacho, que era lo que había atraído a Nyx. Aun así, no era estúpida, y sabía que todos los de aquella torre nos harían desaparecer de un plumazo si pudieran, a nosotros y a toda la nobleza norteña. Creían ingenua y fervientemente en su ideología, asegurando poder controlar y poner orden en el caos que reinaría si todas las criaturas mágicas se consideraran ‘iguales’.

¿Esta chica estaba a cargo del castillo en ausencia del cabeza de familia? Tenía entendido que el primogénito de los Elanessë era un varón, lo que significaba que él también estaba de viaje. Pero aquello no tenía nada de inquietante, dado que debía asumir muchas funciones como futuro cabeza de familia que sería. Lo preocupante era que esta chica debía de ser muy astuta para que su padre la dejara al mando de todo, teniendo en cuenta que sería 2 o 3 años menor que yo. En todo caso, sería mejor no subestimarla.

- Es todo un honor para mi conocer a la señora del castillo – dije inclinando levemente la cabeza como gesto de reconocimiento – Sin embargo, no estoy aquí para discutir ningún asunto mágico o político, sino que se trata de una cuestión personal. Mi familia trabaja para la suya y, de vez en cuando, mis obligaciones me permiten hacerles una visita fugaz. Espero que no suponga ningún problema para su familia.

Por otro lado, ahora que estaba más cerca, se podía apreciar un aura intensa alrededor de Iresia. Tenía una fuerza mágica nada desdeñable, incluso para el poderoso linaje mágico que recorría el árbol genealógico de su familia.

Me disponía a preguntarle por la partida de su padre cuando apareció un niño de unos 4 años gritando el nombre de ella.

-¡Siaaaaaaaaaa! ¡Siaaaaaaaa!-gritaba el niño mientras corría hacia nosotros. Sus gritos hicieron que Nyx bajara al suelo y desapareciera dentro del castillo. Parecía tan emocionado que no se dio cuenta del chico que tenía enfrente. Al reparar en él se avergonzó y se puso detrás de mí, como si así fuera a volverse invisible.

-¿Qué? ¿Qué pasa, Aran?-dije mientras lo cogía de la mano y hacía que nos mirara a ambos.

-Es que…-observé cómo se ponía rojo, pero intentó continuar-es que… ¡ya me sale! hice lo que me dijiste y… ¡moví la piedraaaa!-fue subiendo el tono hasta acabar gritando de nuevo. Aran solo tenía cuatro años, pero desde que tuvo consciencia llevaba observando todo lo que yo hacía, e intentaba aprender lo más rápido posible cualquier cosa relacionada con la magia. Le apasionaba, y esta nos unía más que la sangre. El niño solo era mi hermano por parte de padre, pero desde siempre habíamos tenido una relación mucho más especial gracias a lo mágico que había en ambos.

-¿Sí? A ver, este es Duncan. Enséñale cómo se hace. Él también sabe magia, pero no se lo digas a nadie, ¿vale?

Aran obedeció y se concentró durante al menos cinco minutos para hacer que una roca pequeña que teníamos al lado se desplazara solo unos centímetros.

-¿Habéis vistoooooo?-gritó con emoción y orgullo, mientras yo lo abrazaba y felicitaba. Era muy pequeño incluso para eso. Lo cogí de la mano y me dispuse a entrar en el castillo, cuando de repente recordé algo.

-¿Tu familia trabaja aquí? ¿Dónde? –dije mirando a Duncan. Mandé a Aran a que siguiera practicando en su habitación y caminé al lado del humano.-Déjame acompañarte hasta ellos, me da curiosidad conocerlos.

Aquel niño me había dejado congelado: tan pequeño y capaz de ejercer un mínimo dominio de la magia. Era casi inaudito.

- Mi madre trabaja en las cocinas y mi padre en las caballerizas. Son trabajos humildes, pero están bien pagados, y nosotros no podemos aspirar a más. A no ser que poseamos el don de la magia.
Por cierto, lo de antes ha sido toda una demostración de potencial mágico. Es impresionante que un niño de, ¿4, 5 años?, pueda echar mano de su don.

Ella asintió con la cabeza en un gesto de orgullo.

- Es un lástima no contar con un talento así en la Torre – dije con una sonrisa y observando como un rictus de rabia se escapaba por ese rostro tallado en hielo – Disculpadme, no era mi intención hablar sobre estos temas tan desagradables para todos... - dije un tanto arrepentido por la pulla.

No pude ver su expresión porque en aquel momento visualicé a mi madre de espaldas. Acorté rápidamente la corta distancia que me separaba de ella y la asusté.

- Marcus, cuantas veces te he dicho que... - cuando se giró, su rostro cambió del enfado a la alegría - ¡Duncan!, cuanto me alegra verte de nuevo – dijo al tiempo que me abrazaba – Mmm, te veo más delgado, ¿estás comiendo bien? Te he dicho miles de veces que no me gustan nada aquellas comidas raquíticas y tan esacasas que coméis en la Torre...

- Madre, ya está bien. No tengo 10 años, se cuidarme y alimentarme yo solo – añadí con la cara escarlata de la vergüenza al tiempo que me giraba hacia Iresia – Madre, te presento a Iresia Elanessë, la señora del castillo mientras su padre no está en Lia-Gáe, aunque supongo que ya sabes quien es. Ésta es mi madre, Elís.

- Mi señora, discúlpeme. No había visto que os encontrabais aquí – dijo mi madre haciendo una pronunciada reverencia.

-No te preocupes, solo me interesaba conocer a la familia del…Consejero Superior de la Torre de Menlis.-dije mirando fijamente a la mujer, observando como esta se encogía de miedo. No entendía cómo había sido capaz de mantenerlo en secreto durante tanto tiempo, claro que eran dos más entre los cientos de trabajadores que había en el castillo, y sus vidas importaban poco. Dos simples hormiguitas entre muchas otras iguales, todas manipulables y fáciles de aplastar. La idea de echarlos a todos pasó fugaz por mi mente, pero la deseché al instante al considerarla infantil. Guardaría la información, y quizá más adelante me resultara de utilidad.

-Mi señora…-una voz masculina me sacó de mis cavilaciones. Era uno de los sirvientes de mi padre.-perdone, pero tiene usted visita. Su señor tío la espera en la sala de reuniones.

Me despedí seca y rápidamente de Duncan y su madre (escuchando el suspiro de esta), sin darle más importancia a su presencia. Seguí al hombre hasta la sala, me abrió la puerta y entré a recibir al “hermano” de mi padre. En realidad no eran familia, pero llevaban tantísimos años siendo amigos que este término se les quedaba corto.

-Buenos días, tío Elrich, cuánto tiempo.-dije mientras sentía su beso en la frente. La última vez que había pisado el castillo había sido en el nacimiento de Aran, hacía más de cuatro años ya. No había cambiado en nada, con esa sonrisa tan característica que siempre iluminaba un poco más la estancia en la que estuviera. Al ser un elfo, no sabría decir cuántos años tenía en realidad, pero aparentaba alrededor de 40 humanos. No era ni muy alto ni muy bajo, ni gordo ni delgado, tampoco muy atractivo…Lo único que destacaba de él era esa alegría inagotable.- Siento comunicarle que mi padre no se encuentra en el castillo en estos momentos, pues ha tenido que ir a Mánwë con...

-Sí, sí, ya lo sé…Todo ese lío de reuniones.-me cortó quitándole importancia con un movimiento de la mano.-Pero bueno, eso da igual, ¡mírate! ¡Cómo has crecido! Estás casi más alta que yo…y preciosa, como tu madre…-añadió mirando el color de mi vestido.

En ese instante entró Aran, sin saber muy bien a qué venía.

-Mira, Aran, este es nuestro tío Elrich. ¿Te acuerdas? Papá nos ha hablado muchísimo de él.

-Tú…tú luchaste contra él, ¿verdad? ¡Y le ganaste! Aunque yo no me lo creo…porque no hay nadie más fuerte que mi papá…-dijo sin poder mirar directamente a los ojos de Elrich, el cual soltó una carcajada sincera.

Por las barbas de... ¿El dragón? Vaya. Había sido una misión corta después de todo.

Los elfos, como todas las criaturas mágicas, éramos capaces de detectar el más mínimo atisbo de magia de cualquier clase. Y aquella magia tan especial y poderosa, de los dragones libres, que todos llevábamos años sin sentir, acababa de inundar la taberna al completo. No era un glorioso dragón, tenía solo menos de 20 años y probablemente acababa de aprender a volar. Pero era un dragón libre. Justo lo que había venido a buscar. Decidí levantarme de la barra, dejando el vino de lado y depositando unas monedas encima de la barra. Me dirigí hacia él, para no tener que tratar un tema tan delicado a gritos.

- Vaya... Hace falta valor para presentarse en la Punta Alta sin ser un ser mágico si quiera... O un buen guardaespaldas, en su defecto- Dije acariciando la cabeza del dragón, que como sospechaba no se mostró agresivo ante mí, después de oler mi aura feérica. Como el resto de criaturas. Es más, su gigantesca garganta emitió un sonido lo más parecido posible a un dulce ronroneo- Me llamo Gïovan, vengo de los bosques del sur. ¿Que se te ha perdido a tí en el norte, si no es indiscreción? Oh, espera... será mejor que salgamos fuera, antes de que todos descubran que este dragón es demasiado joven, y a duras penas puede lanzar llamaradas...

Me quedé bastante sorprendido porque hubiese adivinado lo pequeño que era mi acompañante, y sin dudarlo un instante le acompañé fuera, movido por un extraño instinto de que aquello era la mejor idea que podía existir en el mundo. Suspiré y pasé por mi mente todo lo que él había dicho, y me paré nada más cerrar la puerta, al ver la inscripción en pequeño, y comprendí porque había dicho lo de tener valor. Decidí omitir ese hecho que me haría quedar como un inepto despistado, y decidí hacerme un poco el listillo y el fuerte.
-- Me llamo Harias Gallagher, y como verás, soy jinete.--hice una pausa para tragar saliva, y observé al muchacho. Me sacaba unas dos cabezas, y llevaba el pelo negro rizado. Parecía muy espeso, y aun así, le sobresalían por los lados sus orejas puntiagudas, que le daban un aspecto totalmente mágico. Era muy delgado, característica bastante normal en los elfos viajeros, según había leído en los libros de historia de la escuela. Iba vestido con ropas rotas, de colores verdes y marrones y una capa roja a la espalda, sobre la que sobresalía por la espalda el mango de una espada, y por la parte de abajo la vaina que la guardaba. --Pensé que en una posada para criaturas mágicas tendría mas éxito al buscar ayuda para mi cometido. Estoy en el ultimo año de instrucción de la Academia Sagrada de Jinetes de Dragón, y tenemos que cometer una hazaña épica para poder graduarnos, y para ello necesito ir al norte, porque por aquí no hay sucesos importantes. Necesito un barco porque no se nos permite utilizar a nuestro dragón.--De pronto sus ojos verdes muy suaves, muy parecidos a los míos, brillaron como diamantes, y supe que o me había vuelto a meter en un lío, o aquel joven elfo iba a ayudarme en mi cometido. Esperaba que fuese lo segundo, porque parecía perfecto para ser mi compañero, y a Drante le había caído bien.

- Muy bien, Harias...- dije, valorando mis opciones. ¿Una hazaña heroica? Aquello complicaba un poco las cosas- Precisamente yo me dirigía al norte también, a tratar ciertos asuntos con la nobleza élfica...- ¿Cómo contarle cuales eran esos asuntos? Me costaba encontrar por dónde empezar- Tienes un dragón precioso. Se nota que es diferente a los que se ven por los cielos de la escuela de jinetes. Eres muy afortunado, no se ven muchos dragones de verdad últimamente. Precisamente de eso debía hablar con la nobleza norteña. Se está rompiendo el equilibrio, y es posible que tu dragón sea de los únicos que quedan en pie, por un motivo que desconocemos... Y hace meses nos dividimos para encontrarle y asegurarnos de que vive lo bastante para llegar a adulto y deje de correr peligro. Hay un barco que parte en dos días, al amanecer, y te agradecería sobremanera que me permitieras acompañarte en tu viaje. Acabo de caer en la cuenta de que sé tu nombre, pero no tengo ni idea de cómo se llama tu amigo- Dije, con una amplia sonrisa.

Me quedé quito, inmóvil. ¿Que se había roto el equilibrio y mi dragón sería probablemente de los últimos? No podía creerlo... pero entonces caí en la cuenta, hacía ya varios años que no entraba ningún niño al que un dragón libre hubiese elegido, y las misiones de la escuelas estaban viéndose reducidas porque no había dragones amaestrados para todos. ¿Significaba esto que la escuela, mi casa, iba a desaparecer por completo? Tragué saliva al imaginármelo. No tenía lugar al que ir. Mi hermano pequeño, que tendría ahora unos trece años tenía aptitudes mágicas, y por ello llevaba años leyendo en la biblioteca y preparándose para entrar en la Torre del Norte. Mi familia se había mudado allí hace ya casi nueve años, y desde entonces no había vuelto a saber nada de ellos. No tenía a nadie en el mundo.
--Se llama Drante--dije, intentando evitar mostrar el miedo que sentía ante la información que él me había dado--y daría mi vida por la de él.--suspiré, al pensar en el simple hecho de perderlo. Sacudí la cabeza, apartando esa idea, y lo tuve todo claro.--Decidido, te acompañaré al norte a hablar con la nobleza, tal vez ellos tengan algún problema lo suficientemente grande como para que resolverlo sea comprendido como una hazaña épica, si te parece bien, claro, y, además, si te lo permiten puedes ayudarme a cumplirla.

En cuanto Iresia desapareció por la puerta me giré con cara de exasperación hacia mi madre:

- Que harto estoy de que estos nobles de pacotilla se crean superiores - dije, haciendo una pausa para centrarme en lo que tenía que hacer - Madre, te lo volveré a pedir una vez más: dejadme que os busque otro trabajo. Gracias a mi imprudencia los Elanessë ya saben de vuestra existencia, podríais estar en peligro si estallara una guerra.

- Hijo, sabes que siempre te estaré agradecida por encontrarnos este trabajo y sacarnos de la pobreza, pero también sabes que no podemos irnos. El único lugar en el que se puede buscar un trabajo decente fuera de los muros nobiliarios es la Torre, y sabes perfectamente que no se permite dar empleo a familiares de estudiantes o magos.

- Está bien, me imaginaba que te negarías - añadí al tiempo que sacaba dos anillos de uno de los bolsillo ocultos de la túnica y se los enseñaba - Esto son Anillos de la Luna. Si tú y padre os los ponéis podréis enviarme un mensaje de auxilio, aunque no tengáis dotes mágicas. En realidad no debería dároslos, dado que está prohibido proporcionárselos a todo aquel ajeno a la Torre, pero tal y como están las cosas... me quedaré más tranquilo.

- No quiero que te metas en problem...

- No son fáciles de identificar y no he dejado rastro mágico en ellos, así que no habrá problema. En esto no pienso ceder madre - puse cara de obstinación hasta que vi que su determinación cedía - Bien, hoy es el día de la Iniciación, así que me tengo que ir. Dale un beso a padre de mi parte - dije al tiempo que la abrazaba.

- Decidido entonces- dije, mientras sonaba el gran campanario de la ciudad, que se oía desde cada rincón de esta. Las ocho en punto- Y ahora, más nos vale correr. Nos espera un barco en el puerto, y si no estamos en una hora en el puerto zarpará sin nosotros.

Sin embargo, no nos lo tomamos como algo literal. Andamos a buen paso, y charlamos sobre cómo Harias conoció a su dragón o la vida de un elfo en el bosque. Me costaba asimilar que él nunca hubiera conocido a uno, pero no era difícil de comprender. Había pasado su vida entera en la Torre Sagrada, y sabía, por los años en que viví en la ciudad de Wighan, que no había criaturas mágicas estudiando en la misma. Probablemente no había una norma que lo impidiera, pero el hecho de que las criaturas mágicas hubieran firmado la paz con los humanos en el territorio del sur no significaba que sus culturas se hubieran mezclado. Prueba de ello era la taberna Punta Alta, de la que ahora nos alejábamos. De camino al puerto pasamos por cien pruebas más de la diferencia que había entre ambas culturas, y la última de ellas fue la reticencia del capitán porque alguien como yo subiera a su Estrella Marina. Sin embargo, un par de monedas de oro más y el miedo hacia Drante bastaron para que nos encontráramos en la mar camino al otro continente.

La travesía se me hizo bastante corta, pues Gïo y yo nos pasamos gran parte de la noche contándonos nuestro pasado, mientras observábamos por la borda como Drante volaba y hacía piruetas a escasa distancia del barco, rozando el agua con sus hermosas alas. Le hable de como, al poco de entrar en la Academia, mi familia se había mudado al Norte, pues mi hermano pequeño, Nerón, tenía grandes aptitudes para la magia y quería entrar en la Torre. Omití el hecho de que el joven quería superarme e impresionarme, para demostrar que no había sido necesario que me mudase a la Academia cuando Drante me escogió, en aquella nublada tarde de invierno, pero la verdad es que yo siempre había soñado con ser Jinete, y no me arrepentía de la decisión que había tomado. Cuando el sol ya había desaparecido por el horizonte, Gïo desapareció por las escaleras, rumbo a la bodega donde estaban las camas de tripulantes, que era donde nos habían hecho un hueco para pasar la noche, pues hasta la tarde siguiente no íbamos a llegar a Säria-She, la ciudad que era nuestro primer destino en aquel continente completamente desconocido para mi. Suspiré nada más quedarme solo, y movido por el hilo telepático que nos unía el joven dragón se acercó a la barandilla sobre la que yo estaba recostado, observando las olas.

--¿Te cae bien Gïo, Drante?--oí su dulce y grave voz asentir con entusiasmo en mi mente, y no pude evitar sonreir--a mi también--dije mientras me daba la vuelta y le acariciaba su hermoso y escamado cuello, de un tacto bastante áspero--me alegro de tener un compañero más en este viaje, y sobre todo un elfo tan agradable como él, pero, ¿sabes?--miré el suelo de madera caoba, recien limpiado, que me devolvía mi reflejo, y tragué saliva--todo eso que nos ha contado. Me da bastante miedo--escuchá su voz, entristecida, darme la razón: <<No quiero ser el último dragón libre sobre el planeta. No quiero sentirme así de solo>> Vi como sus ojos se llenaban de lagrimas, y me abracé a él, pegando mis labios a su oreja pequeña y puntiaguda--nunca estaras solo, ¿vale? Me vas a tener a mi siempre. No dejaré que nadie te aparte de mi lado.

Después de un rato, cuando el miedo desapareció de nuestros corazones, me separé de él y me despedí para irme a descansar. No desperté hasta el mediodía, y mi amigo elfo y yo nos pasamos el día ayudando con las labores del barco, que era uno de los principales requisitos para permanecer a bordo. llegamos por la tarde, cuando el cielo ya empezaba a oscurecerse, y me quedé embobado con las formas cilíndricas y las bóvedas de los edificios de aquella hermosa y brillante ciudad que se alzaba ante mi. Me fijé en especial en todas las luces que colgaban de las ramas de los árboles, y en unos carteles que ponía que ne una ciudad llamada Lia-Gáe, donde se situaba La Torre de Menlis, sede de enseñanza mágica, se iba a celebrar el examen de iniciación para jóvenes promesas. No pude evitar pensar en mi hermano.

--¿Y ahora, adonde hay que ir?--le pregunte a mi reciente guía y compañero.

Como cada año, la Antecámara de la Selección se encontraba hasta los topes de jóvenes que aspiraban a entrar en la Torre de Menlis. Aun así, cada año encontrábamos menos alumnos con las aptitudes necesarias, cuyo origen radicaba en la constante discriminación entre razas, que no hacía otra cosa que debilitar la sangre mágica.

Todo el mundo llegaba con mucho nerviosismo a la prueba. Esto era fruto de la ignorancia: la gente tenía la creencia de que sometíamos a los futuros alumnos a pruebas inhumanas. En realidad era un examen muy sencillo, pero la prueba solo era conocida por aquellos que conseguían superarla, y los alumnos tenían prohibido hablar de ella con nadie externo a la Torre. Esta ley se promulgó con el objetivo de que la gente llegara lo mejor preparada posible a nuestro reducto de magia, pues el aprendizaje de todas las áreas dentro de la academia era de alto nivel.

Sin embargo, la prueba era de lo más sencillo que se podía realizar con la magia: consistía en que un hechicero construía una barrera mágica con varios escudos que rodeaba al aspirante y constreñía el aura mágica que permanecía dormida. La respuesta de la esencia mágica de cada persona a esta opresión era despertar y liberar una parte de su poder para romper la barrera y sentirse libre de nuevo. Aquellos alumnos que no superaban la prueba eran los que no conseguían romper ninguno de los escudos porque su poder mágico era mínimo; mientras que los que superaban la prueban eran evaluados por el mago en función de los escudos que conseguía romper. La mayoría de los que estaban en aquella sala pertenecía al primer grupo, por desgracia.

Me giré hacia el profesor Cormus, que me estaba relatando como había ido la Purga de aquella mañana:

- ...como de costumbre ha habido un par de chiquillos que no poseían ningún talento mágico que han querido probar suerte. Pero en general, la impresión que hemos tenido ha sido buena - Lógicamente, antes de llevar a cabo la Selección de aquellos que entraban y de los que no, se realizaba una selección de los que tenían un potencial nulo. Así se ahorraba tiempo en la Selección, puesto que en ésta se podía tardar desde minutos hasta horas.

- Es impresionante lo que la desesperación puede llevar a intentar a algunos. Es una lástima que no todos puedan tener el don - dije en tono apesadumbrado.

- Sabes que si fuera así tendríamos problemas para enseñar a tantos alumnos - sonrío Cormus mientras me palmeaba la espalda. Él era uno de mis mejores amigos allí. Habíamos estudiado juntos y, aunque él tenía la túnica roja que le delataba como profesor, un rango inferior al mío, no habíamos perdido el contacto en ningún momento.

En aquel momento entró la primera aspirante y se sentó en la silla incómoda central que se encontraba en frente del semicírculo que formábamos nosotros. Era recomendable que estuvieran incómodos, como medida para promover el estallido mágico:

- Buenos días, me llamo Minerva - dijo la chica con una entereza admirable

- Buenos días Minerva, yo soy Duncan, el hechicero que te examinará. Te sentirás bastante incómoda durante la prueba, pero no te preocupes, es algo completamente normal. Solo mantente tranquila - añadí sonriendo para intentar infundirle confianza.

Acto seguido levanté la barrera formada por 14 escudos y sentí la tensión en la postura de la chica. Tras unos pocos minutos de espera sentí como algo se revolvía en su interior y pugnaba por liberarse. Era como un sol en miniatura en su interior que proyectaba rayos hacia el escudo. Finalmente, cayeron dos de ellos con una fuerza moderada.

Sentía las miradas de los demás integrantes del grupo puestas en mi, debido a que solo el que levantaba el escudo era capaz de visualizar el proceso. Miré hacia una lado y hacia otro y asentí.

- Enhorabuena, Minerva, has superado la prueba. Estás dentro de la Torre de Menlis. Bienvenida - dije sonriendo con verdadera alegría.

- ¿De verdad? ¡Muchas gracias. En serio, muchas gracias! - la cara de la chica se iluminó de entusiasmo y acudieron lágrimas a sus ojos al tiempo que salía corriendo de la sala.

Aquel día prometía.

- Tengo algunos amigos en la ciudad- Dije, con una sonrisa de oreja a oreja- ¿Has estado alguna vez en el castillo de un rey? Esta es una de las ciudades más grandes del norte, y conocí al rey hace mucho tiempo. Elrich Tarath, aunque será mejor que no le tuteemos si no queremos pasar la noche en el calabozo. Cuando era sólo un príncipe estuvo al mando del castillo durante una semana, cuando su padre acudió a una reunión. Al volver, el rey tuvo que abrir las puertas de los calabozos a  todos los amigos de Elrich, que habían ido entrando por unas chorradas o otras. Siempre ha sido demasiado orgulloso, aunque es un gran tipo.

No paramos de reír en todo el camino, imaginando la escena. Los muros grises se alzaban altos y fuerte, y una vez dentro encontramos un endiablado entramado de callejuelas que llevaban al castillo (si sabías seguir sin dar vueltas en círculos) donde los pequeños negocios competían por hacerse un hueco. A medida que nos adentramos en la ciudad, hasta llegar a la plaza, la calidad y precio de la vida subía, hasta llegar al castillo. Aunque el rey no estaba allí.

- ¿Quién está al mando del castillo? ¿El príncipe?

- No- La voz del guarda sonaba exasperada, como si su trabajo consistiera en algo más que atender a todo quien tratara de entrar en el castillo- El príncipe ha partido con el rey. La princesa Sheera está al mando del castillo.

- Muy bien. Podríamos hablar con ella, ¿entonces?- Fue la última vez que ví a Elrich, en el nacimiento de su hija menor.

-Perdona que no tengamos nada más especial, podíais haber avisado.-dije mientras las criadas nos servían la comida.-Entonces, ¿qué os trae por aquí, tío?

-Me dirijo a Mánwë, al igual que tu padre, y creí poder alcanzarlo a tiempo para emprender el viaje juntos. No ha podido ser, pero tampoco me desagrada para nada vuestra compañía. Aunque no entiendo cómo Nólar os ha dejado a Aran y a ti solos; no me malinterpretes, confío en tu capacidad para manejar todo esto, pero…no sé.-se quedó pensativo unos instantes, como si reflexionara sobre algo.-Si no os importa, voy a tener que pediros alojamiento esta noche. Los caballos están algo cansados, y no me gustaría despedirme de vosotros tan pronto.

-Por supuesto que no nos importa, sabéis de sobra que esta es vuestra casa. Asegúrate de que preparen una de las habitaciones de invitados.-añadí dirigiéndome a uno de los criados, que asintió y se retiró con una reverencia a cumplir su cometido.
Acabamos de comer y nos dirigimos al jardín, donde Aran volvió a repetir su ya interiorizado hechizo de mover la piedra, esta vez logrando desplazarla casi medio metro. Se llevó los elogios y la sincera felicitación del tío Elrich, el cual sentía un afecto especial por los libros y la magia. Esto también nos unía, ya que cada vez que nos visitaba venía cargado de libros, y esta era otra de esas veces.

-Casi se me olvida…-dijo ensanchando aun más su sonrisa.-te he traído varios libros que encontrarás muy interesantes, haré que te los suban esta noche a tus aposentos. De todas maneras, puedo apreciar perfectamente las horas que has pasado con los hechizos…Tu poder…ha aumentado mucho en este tiempo. No estoy diciendo que tengas alguna posibilidad contra alguien como yo, pero no está mal para una cría…-añadió con una carcajada. Dirigí una mirada elocuente a la fuente que teníamos al lado, en parte divertida y en parte retándolo, y su sonrisa empequeñeció un poco.- Oh, perdona, ha sido algo imprudente hacer ese comentario rodeado de agua, pequeña ninfa. Pero que sepas que si no…

Llevábamos ya diez horas con las pruebas de ingreso, con un descanso para la comida, cuando decidimos que sería mejor continuar al día siguiente. Aunque nuestras reservas de magia seguían en perfecto estado, estábamos agotados mentalmente.

Salimos a la Antecámara y amplifiqué mi voz para que me oyeran todos:

- Atención por favor: atenderemos a un aspirante más. Los demás tendréis que volver mañana al mediodía – se empezaron a oír protestas – Sentimos mucho tener que haceros volver mañana, pero no contábamos con que fuerais tantos y entended que nosotros también tenemos un límite.

Tras decir aquello volví a la sala, al tiempo que un aspirante seguía mis pasos.

- Buenas tardes, me llamo Erith

- Buenas tardes, yo soy Duncan – añadí el resto del discurso que les había soltado a todos para tranquilizarle y levanté la barrera con los catorce escudos.

Tras media hora de silencio y de agobio para el chico, sentí que aquel sol débil se retorcía en su interior intentando romper las paredes que le aprisionaban, pero sin tener éxito. Le concedí unos minutos más de cortesía, pues muchas veces al corazón de la magia le costaba reunir la energía suficiente para el proceso, sobre todo cuando estaba profundamente dormida o era muy débil en la persona. Finalmente, no pude alargar más el proceso:

- Lo siento Erith... tu don es demasiado débil. No has superado la prueba - siempre era difícil dar aquellas noticias a un joven ilusionado.

- Por favor, dejadme intentarlo de nuevo. ¡Me esforzaré más! - dijo el chico con la voz rota.

- No es cuestión de intentarlo Erith. En realidad tú no tienes que hacer nada, es tu magia la que debe responder por sí sola. La tuya lo ha hecho, pero... de forma demasiado débil como para considerarla suficiente para darte una formación mágica. Lo siento - añadí, realmente entristecido por romperle las ilusiones.

Bien entrada la noche, dimos por terminada la cena y subimos cada uno a nuestros aposentos. Se suponía que los libros del tío Elrich estaban aún por llegar, así que me entretuve un rato ordenando los que tenía esparcidos por el suelo y la mesa, mientras Nyx me observaba.
Pasó más de media hora y nada sucedía, por lo que asumí que los traería mañana. Comencé a deshacerme la trenza con los dedos, dejando que el cabello se esparciera por mi espalda, mientras abría el armario en busca de un camisón para dormir.
En ese instante sonó un golpe suave en la puerta, que se abrió y dejó ver una pila de libros. Detrás de esta supuse que estaría Elrich, pero no. Tenía su mismo tono rojizo en el pelo, pero contaba, o aparentaba, veinte años menos que este.

-¿Ronald? ¿Qué haces tú aquí?-dije sin poder creérmelo. Hacía bastantes años que no lo veía y había crecido hasta convertirse en un joven increíblemente atractivo. Los rasgos suaves heredados de su madre feérica le conferían mucha dulzura, y el halo que desprendía era agradable y acogedor. Esto no pegaba demasiado con su altura (me sacaba casi dos cabezas) y la complexión atlética que se apreciaba fácilmente, pero en conjunto resultaba…interesante.

-Perdona por las horas, no he podido llegar antes…Le dije a mi padre que no avisara hasta que no hubiera resuelto varios asuntos en la ciudad, pero no pensé que acabaría tan tarde.-dijo desde detrás de la montaña de libros, avergonzado. Los dejó en el suelo y nos quedamos un rato observándonos.-Dios, estás…preciosa, Sia.

-Gracias.-pensé en por qué Elrich no había nombrado a su hijo en todo el día, y de pronto lo comprendí. El enfado hizo que casi lo mandara a dormir con su padre, pero el chico me resultaba irresistible.-Bueno, pues…como no sabía nada, no he podido prepararte alojamiento. Si quieres, puedes pasar aquí la noche.-añadí acercándome hasta estar a unos centímetros de él.

- Yo…eh…la verdad es que me encantaría.-dijo posando suavemente sus labios sobre mi cuello, a la vez que me tomaba de la cintura. Sonreí cuando mis manos recorrieron su espalda hasta adentrarse en su pelo de fuego; desprendía toda la calidez que a mí me faltaba. Éramos opuestos y eso me encantaba. Continuamos besándonos, y dejé que me llevara a mi cama mientras nos deshacíamos de la ropa.

Quizá mañana me arrepintiera de aquello, pero de momento no me importaba lo más mínimo, y tanto él como su padre habrían abandonado el castillo en menos de veinticuatro horas.

Esto debía de ser un record en la historia de la Torre: quince horas de ceremonia de Iniciación. Dudaba mucho que ningún otro mago hubiera tenido que soportar tantas pruebas juntas en menos de 48 horas. Nada menos que quinientos aspirantes se habían presentado a las pruebas. Afortunadamente, ya solo quedaba uno esperando, y las ganas de irnos a descansar eran demasiado grandes como para alargar aquello.

Un chico de unos catorce años y cabello castaño entró en la sala y se sentó en la silla, un tanto inseguro.

- Buenos días, mi nombre es Nerón y deseo fervientemente entrar en la Torre – aventuró a decirnos el chico en un arrebato de pasión.
- Me alegra escuchar eso – dije con una ligera risa – Yo soy Duncan y te voy a examinar. Durante la prueba sentirás un fuerte agobio. No debes preocuparte por él, dado que es una circunstancia inherente al tipo de prueba a la que os sometemos. Solo debes intentar tomártelo con calma y tranquilizarte.

Cuando el chico asintió en señal de que lo había comprendido di por empezada la prueba. Levanté la última barrera de aquella Selección y esperé. A los pocos segundos noté que algo no iba bien... no, si iba bien, pero jamás había sentido algo así. El pequeño sol que representaba el centro de poder de aquel chico eran tan intenso que me cegaba. Mis ojos se entrecerraron y por instinto levanté un escudo más poderoso alrededor de todos los magos presentes, al mismo tiempo que un poderoso torrente de energía manaba de Nerón y hacía saltar en pedazos los catorce escudos. Incluso la barrera instintiva se tambaleó ante aquel embate. No obstante, permaneció sólidamente en pie.

Al mirar a los lados, me percaté de que la explosión había sido tan fuerte que el resto de hechiceros la habían sentido, habían levantado escudos propios y miraban boquiabiertos a aquel chico.

Mi mente pensaba a toda velocidad y a la vez estaba en shock: “no es posible... Este chico ha superado todas las expectativas que teníamos. Incluso... su potencial es igual al mío. Pero es tan joven... Así debían de ser los Archimagos de la antigüedad”.

- Perdonad, ¿he hecho algo mal? - preguntó el joven con inquietud en la mirada.

- N-no. Perdónanos tú a nosotros, es que tu potencial es...sencillamente enorme. Hacía años que no nos topábamos con alguien así – Tal vez, por el momento, no era conveniente decirle hasta que punto era poderoso. Los alumnos con dones así tenían tendencia a volverse arrogantes.

- ¿Significa eso que estoy admitido?

- ¿Qué? - Ah! Claro, estábamos tan impresionados que habíamos olvidado darle la buena noticia – Por supuesto que estás admitido en la Torre. Solo tengo una pregunta: ¿te importaría que conociéramos a tu familia?

La luz del sol se colaba por la ventana de mi habitación, e hizo que entreabriera un poco los ojos. “¿Qué hora era?” Me encontré sola en la cama, con una flor que desconocía al lado, reposando sobre esta. Era parecida a una rosa, de color violeta con vetas más claras en el borde de los pétalos. Maravillada, acerqué la mano y descubrí que su tacto era gélido. Interesante… La cogí con delicadeza y la puse en el suelo, para instantes después aplastarla con mis pies descalzos. Sentí como trocitos de nieve se deshacían en contacto con mi piel, y al retirarlos no quedó nada. “Bien” pensé, con una sonrisa.

-No creas que desconozco vuestros planes de casarme con Ronald, tío…Aunque podíais haber sido un poco más sutil.-dije divertida mientras mi “primo” agachaba la cabeza, turbado. Nos encontrábamos a las afueras del castillo, ellos preparados para irse y Aran y yo para despedirlos.

Elrich soltó una carcajada y añadió, dándole una palmada en la espalda a su hijo:
-Creo que vas a tener que esforzarte un poco más, Ron. Nadie dijo que fuera fácil…Quizá la próxima vez logremos convencerte, Sia, ¡aunque necesitaremos muchos más libros!

Quince minutos después, tras besos y abrazos, desaparecieron por el camino.
Mientras volvía al interior del castillo con Aran de la mano, por mi mente pasaban pensamientos fugaces. Trataban el tema con tono bromista, pero tanto ellos como yo sabíamos perfectamente que si así lo decidían nuestros padres, yo no tendría ni voz ni voto a la hora de elegir mi futuro. Puede que Ronald estuviera encantado con la idea, pero a mí no me hacía ninguna gracia. Ese chico me agradaba, pero como muchos otros antes que él, no me había hecho sentir nada. Si podía hacer algo para evitar que me ataran a él, lo haría…No pedía tanto, solo que me dejaran sola en la búsqueda de eso que llamaban amor.