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Volver al norte me recordó la diferencia entre los dos continentes que separa el mar, con sus islas y sus piratas (agradecí que ninguno de ellos hubiera osado acercarse a un barco flanqueado por un dragón desde el cielo), y las dos vidas que había llevado en mis más de 300 años de vida.

Cuando llegó la noche y decidimos descansar bajo el techo del castillo no tenía esperanza alguna de pegar ojo. No era una cama incómoda, tal vez una demasiado cómoda para lo que estaba acostumbrado, y la habitación que la princesa había preparado para mí disponía de cualquier comodidad que pudiera imaginar. Eso era lo que me quitaba el sueño. Hacía mucho que había renunciado a aquella vida, cuando fui incapaz de aceptar el prodigioso cargo de líder de la guardia del rey Nólar, que me confió ciegamente la seguridad de su ciudad, Lia-Gáe. Aquel título de sir comandante era más de lo que cualquier ser como yo, que no pertenecía a la nobleza por el simple hecho de haberse criado sin padres, podía soñar. La capa blanca, el broche que me hubiera identificado como caballero real. La armadura plateada que hubiera resplandecido al sol y la espada que hubiera empuñado con destreza, tal como el propio rey me había enseñado. Tal vez incluso podría haber sido el caballero más ágil y letal de las canciones de los juglares. Sinceramente, podía verme en aquella vida. Podría haber sido hecha para mí, pero en aquel momento ni me planteé seguir ese camino.

Ahora las cosas habían cambiado, y un voto de castidad no suponía el menor problema para mí. Nessa había muerto sólo 20 años después de que nos fugáramos, y nunca he considerado que tuviera derecho a llorar su muerte. Era una criatura efímera, que jamás llegaría a ser la mujer de mi vida, y siempre lo supe. En aquel momento me pareció suficiente ser el elfo de su vida. Tenía menos de 100 años y era sólo un joven demasiado enamoradizo. Y estúpido. Y el hecho de que aún a día de hoy el rey siga esperando un repentino cambio de opinión podría significar que lo sigo siendo. Las primeras luces del amanecer, desde el otro lado del ventanal, me encontraron tirado en la cama sin deshacer, con una tesitura: seguir con mi vida en los bosques, sin cambiar un ápice mis últimos 200 años, buscando a alguien a quien sea capaz de amar tanto como a Nessa (menos que eso sería engañarme a mí mismo) o aceptar que he nacido para firmar un voto de castidad.

Partimos pronto, en dos caballos que compré en la plaza, y mis pensamientos siguieron la misma línea que la noche anterior mientras contaba a Harias cosas de mi otra vida, la vida que le había ocultado durante nuestro viaje en barco.

- Podrás ver a tu hermano cuando lleguemos a Lia-Gáe- Dije cuando a penas quedaban una hora para llegar- Yo iré al castillo, sólo para asegurarme de que Elrich no ha partido aún hacia Mánwë.

Una parte de mí deseaba que fuera así, y que emprendiéramos los tres el camino, hablando de nuestra juventud. O su juventud y mi infancia, ya que ambos me doblaban la edad. Pero otra, sin embargo, temía los reproches de Nólar después de que huyera de sus lujosas dependencias junto a su criada.

-¿Puedo descansar yaaaaaa?-suplicó Aran tras ni siquiera dos horas de clases. La magia le gustaba, las historias de reyes y guerras…no tanto.

-Venga, lo dejamos por hoy. Vete al jardín a jugar si quieres, y llévate a Nyx, por favor.-dije cerrando el libro y poniéndole a la gata en brazos. Esta se revolvió inquieta, dirigiéndome una mirada de “últimamente no me haces caso” y un maullido indignado.

Salí de la biblioteca con uno de los últimos libros que había traído Elrich y me dirigí a mis aposentos.
“Por fin un poco de tranquilidad” pensé. Tras la partida de los dos invitados me había ocupado de controlar que todas las tareas del castillo se realizaban correctamente, y puesto que no había mucho más que hacer (eran épocas tranquilas), había decidido ponerme a dar clase a Aran. Mi padre y Lys habían decidido que su educación recayera por completo en mí, y no me disgustaba la tarea. Eso sí, era agotadora.

Me senté en el diván que había situado junto a la ventana, y dejé que la luz del sol bañara mi rostro mientras abría el libro. No habían pasado ni cinco minutos cuando llamaron a la puerta. “Pffff… ¿quién será ahora?”Solté el libro y me acerqué a abrir la puerta. Era el mismo sirviente que el día anterior había avisado de la llegada del tío Elrich.

-Disculpe de nuevo, mi señora…un caballero la espera en la sala de reuniones. Exige ver al regente del castillo, dice que conoce a vuestro señor padre…

-¿No sabes quién es, cómo se llama?

-No, mi señora…creo que nunca ha estado aquí, ciertamente no es ningún rey…no sé quién es, perdóneme.

-Bueno, pues vamos a descubrirlo.-dije resignada. En ese momento me alegré de que fuera Othar el primogénito, ya que él heredaría todo ese fastidioso trabajo.

Las murallas hervían con más fervor si cabe que en las otras ciudades del norte, y paseaba por ellas con emoción y sin Harias a mi lado, lugar que ocupaba la gran montura que acababa de adquirir, de color negro y cabello perfectamente cuidado. Incluso reconocí algunos negocios, que habían logrado mantenerse en pie con el tiempo. incluida la herrería donde fabricaron mi primera espada de entrenamiento o el bar donde trasnochábamos Othar y yo, mi mejor amigo y el hijo del rey Nólar.

Las murallas, más altas aún que las del castillo de Elrich, eran un signo más que denotaba que ninguna ciudad del norte o el sur podía hacer frente a ésta en casi ningún aspecto.

Mi nombre es Gïovanni Salhazar. Vengo a visitar al rey Nólar, desde las tierras del sur- Dije antes de ver cómo su rostro se tornaba hostil, probablemente ante mis ropajes- en nombre de los elfos que residen en sus bosques- Tuve que aclarar para que comprendiera  mi aspecto.

Lo siento mucho, señor. El rey partió hace dos días del castillo.

Muy bien. Tengo entendido que el rey Elrich se encuentra también en el castillo. ¿Podría hablar con él?

Lo lamento de nuevo, pero el rey de Ha-zard dejó sus dependencias esta misma mañana, tras no encontrar al rey aquí.

Bendita suerte...

Muy bien. ¿Podría hablar con el regente del castillo, entonces, si no es molestia?

Por supuesto, señor Salhazar. Le indicaré dónde se encuentran los establos mientras espera.

En su interior, todo era tal cual lo recordaba. Las paredes tan grises por dentro como por fuera, las estampas con el blasón de la familia real, que colgaban del techo hasta media pared. Absolutamente todo, aquellas puestas tan pesadas incluso para los guardias que las custodiaban, que nos llevaron a mí y a mi guía hasta la sala dónde el rey recibía las visitas. El regente no se hizo esperar, podía oír ya sus pisadas sobre la larga escalera de caracol, que llegaba a las habitaciones. No sabía por dónde iba a comenzar a hablar. Tenía tantas cosas que contarle... tantas explicaciones. Pero estaba ilusionado por volver a ver a... No. Aquel no era Othar.

- Se encuentra usted ante la princesa Iresia Elanessë- Dijo la misma persona que me había guiado hasta allí, y supe lo que debía hacer entonces. Lo sabía perfectamente, lo recordaba, y de no haberlo hecho me lo recordó el gesto del resto de presentes en la sala, que hincaron una rodilla en el suelo ante su presencia. Pero mi cuerpo no reaccionó hasta un tiempo después, cuando el tenso silencio que se había producido podía cortarse con un hacha. Durante aquel tiempo en que mi cuerpo no reaccionó, solo pude contemplar a la princesa. La viva imagen de Arianne, la ninfa que el rey convirtió en reina. Todo en su precioso rostro recordaba a ella. Su cabello, sus ojos, su tez pálida y ese aura fría que inundó la habitación. Probablemente eso fue lo que me hizo quedarme inmóvil. Pero una pequeña diferencia denotaba quien era su padre. Tal vez fueran sólo imaginaciones mías, ya que parecía algo imperceptible. Pero juraría que sus orejas, diminutas, terminaban en una más diminuta aún punta. Como la de todos los elfos.

- No he tenido el honor de conoceros nunca, princesa. Me crié con vuestro señor padre y el rey Elrich entre estos mismos muros. Y dado que me dirijo muy al norte, esperaba poder recordar viejos tiempos cuando me contaron que el rey Elrich se encontraba en vuestro castillo. Dado que no es así, ni tampoco tendré el placer de saludar a su hermano Othar como esperaba cuando me hablaron del regente del castillo, volveremos a partir antes del mediodía para encontrarnos con ellos cuanto antes. Siento haberla incordiado. Sinceramente, le pido disculpas- Dije, muy rápido, cuando por fin todos levantaron la rodilla.

Me quedé en silencio y asentí cuando me propuso ir a ver a mi hermano mientras él iba al castillo, pues realmente me daba miedo encontrarme con mi familia, por lo que podría suceder en aquel instante: no tenía seguro como iban a reaccionar al verme, ni de como debía hacerlo yo, además de que me daba pánico perderme por la ciudad sin mi amigo elfo, que era quien me estaba guiando en aquel viaje, aunque, pensándolo bien, era improbable pues Drante podría guiarme desde las alturas. Nos despedimos unos metros antes de llegar a la ciudad, y acordamos que nos encontraríamos en el patio principal del castillo. Me quedé observándole mientras se internaba en aquel laberinto de callejuelas que desconocía por completo, y le seguí unos pasos, salvo por el hecho de que yo tuve que coger una callejuela que se dirija al este, y el debía ir al norte, al centro de la ciudad. Tarde casi como una hora en llegar al patio de entrada, tras perderme un par de veces y recibir las amables miradas de desprecio de los ciudadanos. Nada más llegar me quedé parado. A la izquierda, en un pequeño jardín, esperaban de pie dos personas, y las reconocí al instante: eran mis padres. Mi madre era bajita, de rostro dulce y mirada penetrante, con aquel pelo castaño que yo siempre había envidiado, mientras que mi padre medía mas de un metro noventa (muy alto para ser humano) con su pelo negro y sus ojos verdes, los cuales había heredado yo. Además de alto, mi padre destacaba por ser musculoso, ya que la ultima vez que le había visto estaba trabajando en la fragua de su herrería. Aparté la mirada, dolido e incomodo, pero el panorama de mi derecha no era mucho mejor. Por la puerta de la torre acababa de salir mi hermano, con un joven que debía ser el examinador de la torre. Nerón sonreía como nunca, y no pude evitar echar a andar hacía él, con una sonrisa de oreja a oreja, pero me paré al escuchar el grito ahogado de mi madre, y al ver como mi hermano se giraba y me miraba con un gesto entre alegría, duda y furia. Me acerqué un poco más, lo suficiente para que me oyesen, y mis padres hicieron lo mismo.

--¿Que haces aquí?--Preguntó Nerón, en tono cortante, al mismo tiempo que Drante se posaba a mi lado y nos miraba de reojo al uno y al otro.

--He venido para cumplir con mi objetivo de graduarme y... yo... bueno. Creí que lo mejor era pasar a veros, para ver como estabais--suspiré. Los tres se quedaron muros, observándome de arriba abajo analizando cuanto había crecido. Noté como el extraño carraspeaba y le miré--Hola, soy Harias, Jinete y hermano del joven al que acompañas...¿tu eres...?

Mis padres también le miraron, y mi hermano sonrió con burla. Pude atisbar como los ojos de mi madre estaban húmedos, como si estuviese apunto de llorar. Mi padre estaba serio, pero el brillo de sus ojos indicaba que estaba orgulloso de mi... ¿o tal vez de él? Tragué saliva para deshacer el nudo de mi garganta

Jinete de dragón. ¿Qué pasaba en aquella familia?, ¿es que todos estaban predestinados a ser alguien importante? Ya era una posibilidad muy remota que alguien tuviera el potencial de Nerón en esta Era, pero que encima otro miembro de la misma familia estudiara en la Academia Sagrada de Jinetes de Dragón y tuviera de compañero lo que sin ninguna duda era un dragón libre, resultaba fascinante.

- Encantado de conoceros a todos. Yo soy Duncan, Consejero Superior de la Torre y encargado de la ceremonia de Iniciación. Debéis de estar preguntandoos por qué estoy aquí y por qué he acompañado a Nerón cuando no lo he hecho con ningún otro aceptado. No se alarmen – dije cuando vi que la expresión de orgullo de los padres se tornaba algo sombría – su hijo no ha hecho nada de lo que deban preocuparse, más bien deberían estar orgullosos de él y de lo que ha logrado.

Hice una pausa para que fueran asimilando la información. No dejaba de pensar en aquellas extrañas circunstancias: algo debía de haber en aquella familia para que el poder de Nerón fuera tan grande, sobre todo teniendo en cuenta que, evidentemente, ambos padres eran de origen humano. Las sangres mágicas más fuertes eran, por lo general, aquellas que tenían mezcla con algún ser feérico. Sin embargo, ninguno de los humanos que se presentaban ante mis ojos tenían el más leve rasgo no humano.

- Es una pena que no les pueda explicar cómo funciona la Selección. Política de la Torre – añadí con una sonrisa de disculpa – Sin embargo, lo que sí les puedo explicar es que Nerón es uno de los jóvenes estudiantes con mayor potencial mágico que hemos localizado en los últimos años - “en los últimos siglos debería decir, aunque eso es mejor mantenerlo en secreto por el momento” - Lógicamente contará con la formación de los mejores profesores de la Torre, pero me gustaría tener algunas clases particulares con él para explotar ese potencial. Y también me gustaría pedirles toda la información familiar de la que dispongan, si no es molestia.

Me quedé mirándole mientras hablaba, asimilando toda aquella información. Nerón me sonrió con burla, dándome a entender que él era mejor que yo por haber logrado algo importante sin abandonar a su familia. Suspiré, y estuve por decirle algo, pero por la mirada de mis padres, parecían pensar lo mismo.

--Estamos muy orgullosos--dijo mi padre, a la vez que mi hermano se acercaba a ellos y se fundían en un abrazo: note una dolorosa punzada en el corazón, apreté los dientes y aparté la mirada. ¿Como podía aquello afectarme tanto? Llevaba trece años siendo entrenado para ser un buen guerrero, además de que me sabía toda la historia de ambos continentes, linajes de nobleza feéricos y demás. Lo único que se me escapaba era el como funcionaba La Torre y sus estamentos, pues no es los jinetes y aquella institución se llevasen especialmente bien. Básicamente se toleraban, pero los Magos pensaban que era un desperdicio de talentos que un dragón eligiese a alguien, y los jinetes pensaban que si hubiese más dragones libres no había magos, por mi parte pensaba que ambas instituciones debían juntarse y apoyarse mutuamente, pues teníamos que desarrollar parte de nuestra magia (aunque de otra forma) para poder amaestrar, comunicarnos y controlar a un dragón.

--Felicidades--le dije a Nerón, con una sonrisa, pero él ni siquiera me miro. Su orgullo y testarudez le impedía mostrarme un minimo atisbo de debilidad.

--Bueno, lo de los datos familiares...--dijo mi madre, carraspeando para señalarme que estaba molesta por mi presencia. ¿No le habrían dicho nada de mi existencia si no hubiese llegado?--supongo que te refieres a si hay algún familiar feérico, y la verdad es que no. Somos todos humanos. Nunca llegamos a comprender...--se calló un segundo, dudando si decir lo que quería--porque a nuestro hijo mayor lo eligió un dragón... Nerón es comprensible, lleva muchos años estudiando conceptos básicos en la biblioteca, digo yo que algo tendrá que afectar... porque si no no tiene sentido--suspiró y miró al cielo. Se hacía tarde--bueno... ¿necesita algo más?

Les miré, y en ese momento supe con certeza que no me iban a hablar, que yo para ellos eran un despojo, un error en sus vidas, y que jamás me perdonarían algo que yo no había elegido: ser elegido por Drante. Jamas me iba a arrepentir de ello, y lo demostré rodeando con el brazo derecho el cuello de mi compañero, y dedicándole la sonrisa más cálida y dulce que tenía. Dirigí mi mirada a Duncan, esperando respuesta.

-Retiraos.- dije dirigiéndome a los sirvientes y los guardas que había en la sala.

Cuando nos quedamos a solas, observé detenidamente al extraño que tenía delante. Podía apreciar que era un elfo por las orejas puntiagudas, la altura, los rasgos suaves…pero para pertenecer a esta raza, no emitía casi nada de energía mágica. Esto me intrigó e hizo que sintiera más seguridad; no suponía una amenaza, y su historia prometía ser interesante.
A pesar de su nerviosismo inicial, se recompuso rápidamente y se relajó un tanto al ver que yo me acercaba y sentaba en una de las sillas. Lo invité a hacer lo mismo, señalando uno de los asientos de enfrente, y este obedeció. En cuanto lo hizo, un olor a naturaleza y a bosque profundo recorrió la corta distancia que nos separaba y llegó hasta mí. Este aroma iba a juego con sus ojos verde oscuro, el pelo negro ensortijado y las ropas de colores neutros: marrones, verdes…los colores del bosque. Toda su persona transmitía una calma salvaje, ese tipo de tranquilidad que tienen aquellos que han visto casi todo, o la de esos que se han resignado a no ver nada.
Todos estos pensamientos chocaban en mi cabeza mientras pasaban varios minutos en los que no hicimos otra cosa que observarnos. Chocaban porque el chico solo aparentaba veintipocos años humanos, tendría la edad de mi hermano Othar, pero le faltaba…algo, ¿vitalidad? Podría ser que yo, acostumbrada al potencial mágico palpable que desprendían todos los feéricos de mi familia, veía a este ser como si le faltara algo, incompleto.

Finalmente decidí salir de mis  cavilaciones y hablar, puesto que me tocaba a mí.
-¿Aquí? ¿Conoce usted a mi familia, pues?-como no sabía dónde ubicarlo en la escala social, ya que era un ser mágico pero no aparentaba tener títulos, preferí mantener la cordialidad. Por si acaso.-No sé por qué tanta prisa, señor, me interesaría mucho conocer vuestra historia, ya que ni mi padre ni mi tío me han contado nunca nada sobre usted. Y no hace falta que se disculpe, …-me quedé pensativa al darme cuenta de que ni siquiera sabía cómo se llamaba.

- Sí, aquí mismo- dije echando otro vistazo a la sala- Oh. Olvidaba que sé quien sois, pero nos he dicho aún mi nombre. Me llamo Gïovanni, y a menudo uso el apellido Salhazar para diferenciarme del resto de Gïovanni's. Vuestro padre me encontró en los bosques del norte cuando era solo un crío, y se convirtió en mi protector desde entonces. Supongo que se compadeció de mí- Dije, con una sonrisa- Y no me tratéis de señor, por favor. Hace mucho que no piso un castillo, y mi edad es relativamente temprana si tenemos en cuenta mi naturaleza- Entonces, mi sonrisa se quebró al darme cuenta del significado de lo que acababa de decir- Y comprendo que no os contara nada...- mentí, ocultando el dolor- Sucedió hace muchos años.

Volvimos a mirarnos como hacía solo unos minutos, bien porque intentaba encontrar las palabras para seguir o bien porque me gustó aquel silencio que se producía mientras lo hacíamos, que esta vez no tardé en romper. Comencé a ser consciente de lo agotado que estaba, y me tomé su invitación a no marcharnos tan pronto como el permiso para dormir una noche en el castillo.

- Y a decir verdad, mi compañero y yo agradeceríamos que nos permitiera descansar en el castillo durante esta noche, si no es mucha molestia. Seguiremos el camino de vuestro padre mañana al amanecer, si no surgen complicaciones.

La sinceridad con la que se había autoinvitado en el castillo hizo que sonriera. La historia que había contado no me cuadraba, faltaba muchísima información y me extrañaba que mi padre nunca nos hubiera hablado de ningún Gïovanni. Con todo, el nombre me resultaba familiar, aunque no sabía de qué. La sensación de verdad que me transmitía aquel chico hizo que me decidiera a creerlo, y opté por alojarlos en el castillo.

-Encantada, Gïovanni. Por supuesto que podéis quedaros aquí, sobre todo si, como dices, esta fue una vez tu casa.-dije mientras me levantaba. Él me imitó y salimos de la sala de reuniones.-Así que supongo que no tendrás problemas para orientarte por el castillo.-observé como asentía mientras recorríamos los pasillos. Por allí encontramos a Nyx, que ignoró al invitado deliberadamente tras dirigirle un bufido, enfadada.
Mandé preparar dos de las habitaciones de invitados y le indiqué cuáles serían las suyas.

-Tu compañero no tardará mucho en llegar, ¿no?.-dije recordando la aparición de Ronald la noche anterior.-Bueno, no importa.-añadí borrando la imagen de mi cabeza.- La cena se sirve a las ocho, os esperaré allí y podremos continuar hablando. Eres libre de recorrer el castillo, y si necesitas algo pídeselo a algún criado.

Tras despedirme del elfo me dirigí a la biblioteca a buscar no sabía muy bien qué. Me desplacé hasta la estantería en la que se encontraban las novelas de caballería, que no había tocado en toda mi vida, y comencé a abrirlos uno por uno. Me guiaba un sentimiento más bien irracional, que tras media estantería y un montón de libros en el suelo empezó a cansarme. “Pero ¿qué haces? ¿Qué se supone que estás buscando?”Pensé.”Diez más y lo dejo” me aseguré. Cogí los diez al azar, algunos eran pesadas novelas y otros simples libritos infantiles. El décimo que abrí, decepcionada, pertenecía a estos últimos. Miré la primera hoja por encima y allí la encontré, pequeña y en una esquina. Era la firma, con letras redondeadas y grandes: Gïo.

No me gustaba ni un pelo aquel gesto orgulloso de Nerón hacia su hermano. En la Torre venía bien tener un espíritu crítico para no acatar sin pensar las enseñanzas mágicas de los profesores, que siempre podían tener algún error o trampas ocultas para avivar la inteligencia y la capacidad de análisis del alumno; pero eso era muy distinto a ser rebelde y no obedecer cuando era necesario. Afortunadamente, en la Torre, el chico aprendería todas aquellas claves que debía tener el carácter de un hechicero. Sin embargo, no venía mal empezar antes de tiempo con una de aquellas lecciones, aunque fuera de manera sutil:

- Mmm, en realidad no... ¡Vaya! ¿Ése de ahí es un dragón libre? - dije abriendo los ojos como platos y fingiendo que no había reparado antes en su presencia – Realmente debo estar perdiendo facultades para no haber sentido antes el aura que desprende cada escama de su piel – añadí mirando extasiado y maravillado a aquel reptil legendario.

Extendí la mano para tocar su lomo e inmediatamente sentí una ola de energía que recorría cada fibra de mi ser, como si quisiera jugar a algún juego infantil con cada una de mis células.

- Vaya, realmente es un ejemplar formidable, a pesar de lo joven que es todavía – dije sonriendo hacia Harias - ¿Sabes? Siempre he pensado que debería haber una estrecha relación entre la Academia Sagrada de Jinetes de Dragón y la Torre de Menlis. Ambas son instituciones igual de importantes en este mundo cada vez más clasista. Y nosotros, en vez de unir nuestras fuerzas, no hacemos más que entrar en disputas entre nosotros – dije con tono apesadumbrado.

Recordaba las lecciones de Historia de la Magia que había aprendido en las clases del maestro Zankú. Hace siglos, ambas academias, la de los jinetes y la de los magos, habían cooperado hombro con hombro a fin de frenar los pies de aquella nobleza norteña. Lástima que aquel incidente hubiera acabado con las buenas relaciones entre ambas instituciones.

Esperaba que aquello fuera suficiente para que Nerón y su familia hubieran captado la idea de que un mago no estaba por encima de un jinete y su dragón. Era un conocimiento que la gente había perdido hacía mucho tiempo, y era hora de que empezaran a recordarlo.

- ¡Nerón!, una de las primeras cosas que se aprende en la Torre es la humildad. Harías bien en empezar por confiar en tu hermano y en hacerle caso – dije en un tono serio que dejaba entrever que no iba a admitir ninguna réplica – Ahora, si me disculpan, tengo que lidiar con asuntos un tanto urgentes – añadí con un leve inclinamiento de cabeza a modo de despedida.

Le sonreí cuando dijo lo de unirse ambas instituciones, y asentí con efusividad. Era la primera vez que encontraba a alguien que opinase como yo. Era una pena que probablemente no volvería a ver a aquel jóvdb Consejero Superior de la Torre. Me quedé en silencio, observando como acariciaba a mi dragón, hasta que le oí regañar a Nerón, antes de irse: todos mis pelos se pusieron de punta. Cuando nos dejó solos, miré a mi madre y a mi padre, con expresión dolida, y mi madre se arrepintió enseguida, echándose a mis brazos y dándome una cálida muestra de cariño.

--Hari, mi pequeño Hari...--dijo, susurrándome al oído, y la estreché con fuerza entre mis brazos, sonriendo con el gesto.--te hemos echado tanto de menos--se separó, mostrándome una cálida sonrisa, y mi padre se acercó para poner una mano sobre mi hombro.

--Lo siento, hijo--suspiro, agachando la cabeza, en un gesto de arrepentimiento profundo. No pude evitar hacer un ademán con la mano, para quitarle importancia--Es que... te fuiste, y no volvimos a saber nada de ti. Creímos que no te importábamos que... que jamás volverías.

--Pues aquí me tenéis, aunque sintiéndolo mucho, no por mucho tiempo--suspiré, dolido por el hecho de que solo había salido de la Academia para graduarme.--Y claro que me importáis. Sois mi familia, os he echado mucho de menos, pero eso no implica que vaya a sentirme mal por vivir en la Academia.

Ambos asintieron, y comenzaron los tres a acompañarme hacía la ciudad: Nerón no habló en todo el viaje. Mientras caminábamos, les conté todo por lo que había tenido que pasar, y el como, a los Jinetes de Dragones Libres, nos obligaban a prometer que solo tendríamos hijos humanos con magia, para intentar provocar que más Dragones libres eligiesen a un jinete. También les conté la aventura en la que me estaba embarcando, con mi amigo Gïo, que era un elfo muy agradable y simpático. Prometí que se lo presentaría algún día. Les dejé cuando llegamos a su casa, que era una casa de piedra, de tamaño mediano, al lado de una herrería pequeña. El hecho de que todo estuviese perfectamente decorado me hacía saber que mi padre tenía éxito en su empleo. Ellos se acercaron a la puerta, y Nerón y yo nos quedamos en frente, mirándoles. El gesto de mi hermano era de que quería hablar conmigo a solas, y mis padres lo comprendieron.

--Míralos, ya se han hecho mayores los dos--dijo mi madre, con una sonrisa orgullosa.--y ambos serán gente importante y privilegiada.

--No os preocupéis--dijo mi padre, mirando a su fragua con gesto sombrío. Parecía muy preocupado, era obvio que se estaba forzando a decirnos aquellas palabras tranquilizadoras, y no pude evitar sentir que una grata sensación de amor recorriese mis entrañas. Ellos eran mis padres, mi familia. Tal vez si tenía un sitio al que volver.-encentraré a un aprendiz que me pueda sustituir cuando yo no pueda trabajar más. Nerón, espero que te vaya bien en tu primera clase--ambos se despidieron con una sonrisa y desaparecieron por la puerta tras darnos un abrazo.

Los dos, hermanos de sangre, volvimos juntos a las entramadas callejuelas, donde debíamos separarnos, pues yo tenía que ir al castillo, y el volver a la Torre. Le miré, con un gesto cariñoso, esperando que me diese un abrazo o algo parecido, pero él me miró con furia en los ojos.

--Porque ellos te hayan perdonado no quiere decir que yo vaya a hacerlo--me escupió con rabia, como si yo hubiese destrozado su vida por completo, cosa que no recordaba--cuando te fuiste yo tuve que ejercer como dos hermanos. Apenas te recuerdo, nunca te he conocido. No eres mi hermano. Unos meses de que yo naciese, te fuiste. ¿Esperas que te trate con dulzura? Para mi eres un completo extraño, y demostraré que soy superior a ti, con o sin la Torre, con o sin humildad.

--Nerón...-le interrumpí, intentando hacerle ver que podía volver a por él, que podíamos conocernos, que no tenía que sentir aquello, por mi, pero no me dejó continuar.

--No. Cállate. Me da igual lo que tengas que decirme. el vacío que dejaste en casa fue insoportable. Papa y Mama siempre hablaban de mi hermano, de lo genial que era, de como había entrado en la Academia. Mama lloraba cuando hablaban de ti, sentían que los habías abandonado del todo. Las pagaras por hacerles sufrir de esa manera.

Suspiré, dolido por todo aquello, y mi hermano se giró y se fue corriendo, como si estar cerca de mi fuese la cosa más insoportable del mundo. Tragué saliva, y me dirigí al castillo, donde Gïo debía esperarme en la plaza.

Caminé entre las paredes internas del castillo, observando algunas cosas que sí habían cambiado desde que pasara aquí mi infancia. No eran demasiadas. Solo pequeños detalles, como lo mucho que se había ampliado la biblioteca, ya gigantesca en aquel momento, para dar cabida a miles y miles de libros más. Me hizo gracia pasar por allí, y recordar los tiempos en que el rey Nólar nos enseñaba a leer a mí y a su primogénito, el príncipe Othar, o cuando pasaba allí las horas embriagado por las historias de tantos libros. ¿Me odiaría también el príncipe, tanto como lo hacía el que se había comportado siempre como mi padre? Supuse que sí. Lo bastante para enterrarme en el pasado, y fingir que nunca correteé entre aqellos muros. Me encontraba sumido en aquellos tiempos pasados cuando paseaba por el pasillo que une los dos torreones más grandes, cubiertos por cristaleras, y pude escuchar desde aquí cómo el patio del castillo se transformaba en una ola de pánico. Vi a mi amigo desde allí, a pesar de encontrarme a una altura tan elevada, ya que de ambos amigos me refiero al que es incluso más grande que yo y puede volar. Me apresuré a bajar las escaleras todo lo rápido que pude, al recordar que había quedado con Harias en aquella plaza.

- Vaya una has liado... Tendremos que buscarle un lugar mejor- Dije sin poder contener una gran carcajada- ¿Cómo le ha ido a tu hermano, por cierto?

Me quedé completamente inmóvil nada más llegar al castillo, por el pánico que se generó cuando la gente vio a Drante volando sobre las torres. El joven dragón bajó a toda velocidad a mi lado, y miré a todas partes, en busca de Gïo. No tenía ni idea de como tranquilizar a la gente. Al cabo de unos segundos, mi amigo elfo salió por la puerta y vino corriendo.

--Lo...lo siento--dije, agachando la cabeza, muerto de vergüenza, y Drante se disculpo en la mente de ambos. Me resultó tan extraño que le hablase también a otra persona.--no era nuestra intención que pasase esto. A veces se me olvida que la gente de este continente no esta acostumbrada a ver dragones.

Gïo me acompañó por los pasillos, y me enseñó la habitación en la que iba a pasar la noche. Me dejó unos minutos para que me quitase la armadura y me pusiese las prendas de seda que llevaba siempre en mi macuto. Cuando terminé, bajamos a paso ligero hasta el comedor, donde nos esperaba Iresia Elanessë, la segunda primogénita del rey, y la actual regente del castillo.

--Buenas noches, mi señora, y mi señor--dije, dirigiéndome a la princesa y a su hermano, el pequeño príncipe, inclinando la rodilla en el suelo en una perfecta y cortés reverencia.--Me llamo Harias Gallagher, y provengo de la Academia Sagrada de Jinetes de Dragón, en el continente sureños--me presenté, con suma cortesía--muchas gracias por dejar que nos quedemos esta noche en su casa, y lo siento por el revuelo que Drante, mi dragón, ha causado en el patio. Si me podría decir donde esta el establo, podría él pasar la noche allí, sin molestar a nadie.--continué, mientras me sentaba en uno de los dos asientos que habían dispuesto para que cenásemos con ella. Gïo se sentó a mi lado.

-¡¿Un dragón de verdaaaaaaaaad?!-exclamó Aran con ojos como platos. Acto seguido se levantó y se dirigió corriendo hasta el ventanal más cercano. Desde allí se podía apreciar la figura de la criatura, surcando los cielos de la ciudad tranquilamente. El niño permaneció agarrado al alféizar de la ventana, sin poder cerrar la boca, mientras servían la cena. Era normal, él nunca había visto un dragón. Por nuestro continente no pasaban muy a menudo; prueba de ello era que yo no habría observado más de dos o tres de estos seres en toda mi vida.

-No os preocupéis, más tarde le diré a un criado que os lleve hasta los establos. Y disculpad a Aran, es muy pequeño todavía…-añadí con una sonrisa, cuando el niño tomó asiento por fin a mi lado, enfrente de nuestros invitados.

El día se iba volviendo más interesante por momentos. No podía ignorar que nuestro nuevo acompañante era un humano, y esto me irritaba bastante. Pese a todo, no pude pensar en clases sociales ni en razas inferiores. El muchacho, más bajo que el elfo, tenía los ojos y el pelo del mismo color que éste. El pelo corto y en punta dejaba al descubierto un rostro que contaría con mi edad, y sus ropas no eran tan desastrosas como las del feérico. El tal Harias desprendía cierto potencial mágico, podía notarlo, pero me resultaba extraño. Supuse que era por el aprendizaje al que había sido sometido en la torre, ya que tenía noticias de que en el continente del Sur, en relación con los dragones, la magia era utilizada de distinta forma.
Me quedé observando a ambos unos instantes, mientras los sirvientes se retiraban y comenzábamos a cenar. Hacía mucho tiempo que no contaba con unos invitados tan… interesantes en el castillo.

-Bueno, contadme, ¿qué se le ha perdido a un jinete sureño por estas tierras?

No pude evitar soltar una pequeña carcajada al ver la reacción del príncipe Aran. Recordaba aquella ilusión de cuando conocí a Drante. A veces me costaba creer que todo aquello no era más que un simple sueño. Los sirvientes pusieron la cena, y cuando empezamos a comer la princesa hizo la pregunta que llevaba esperando desde que había entrado.

--Pues verá, he venido porque para graduarme en la Academia necesito hacer una hazaña heroica, y no puedo tener la ayuda de Drante, mi dragón, así que fui en busca de un barco, y conocí a Gïo en una posada. Fue muy amable conmigo, y me propuso ir con el para buscar algo importante que llevar acabo, si usted sabe de algún problema grave por aquí que necesite solución, no me importaría ayudar. Hasta si es de baja índole el asunto y no se considera hazaña, ayudaré, total, no tengo nada más que hacer, y no me importaría ir preparándome para las misiones que me esperan cuando sea un Jinete con todas las de la ley--le dediqué la sonrisa más cálida que tenía.

<<No me gusta como me mira la gente de aquí. Me siento observado, y me aburro.>> Escuché la voz de Drante en mi mente, y no pude evitar soltar una pequeña carcajada. <<Tranquilo, en cuanto cene nos llevarán a los establos, donde podrás descansar. Noté su sonrisa, y suspiré. Le encantaban los caballos. No tardamos mucho en terminar aquella silenciosa velada, y Gïo nos acompañao a Drante y a mi a los establos, tras decirle a la princesa que no hacía falta que nos acompañase. Al llegar, acomodamos al dragón y nos despedimos, dandole las buenas noches. Subimos de nuevo a las habitaciones de invitados, y me despedí de mi amigo elfo. Deshaciéndome solo de las zapatillas, me tumbé en la cama, y al cabo de unos instantes ya me encontraba profundamente dormido: había sido un día agotador.

- Bueno, no será necesario que nos indique dónde se encuentran los establos, princesa. Creo que podré recordar dónde se encuentran, siempre y cuando no hayan cambiado su distribución.

Dado que no era así, decidí prorrogar un tiempo más el descanso que tanto necesitaba, después de dos viajes tan largos y mi desvelo durante la noche anterior. Estábamos tan agotados que ninguno de los dos habló mientras nos dirigíamos a los establos, y al llegar me aseguré de que mi montura estuviera bien. Llené el agua, dado que tras tan largo viaje la había sorbido toda al poco tiempo de llegar. Y por fin, de vuelta al castillo paseando entre aquella ciudad tan llena de vida incluso a aquellas horas (una vida diferente, dentro de las tabernas), me despedí de Harias.

- Buenas noches, descansa bien hoy. No tengo ninguna intención de que partamos pronto, así que duerme todo cuanto quieras.

Al fin, dentro de las instancias que la princesa me había asignado, me tiré en la cama. Era una cama grande.

Después de cenar y despedirnos de los invitados, subí las escaleras de la mano de Aran. El niño intentaba soltarse; lloraba y gimoteaba por no poder ir a ver al dragón más de cerca, pero era demasiado tarde y tenía que irse a dormir ya. Cuando se le acabaron las lágrimas, se fue corriendo a su habitación, gritando insultos mientras recorría los pasillos y asustaba a los sirvientes, los cuales se apartaban de su camino.

“Mañana se le habrá pasado.” Pensé mientras cerraba la puerta de mis dependencias, decidida a darme un baño: había sido un día agotador, y nada me relajaba tanto como el agua, mi elemento. Una hora después, con el pelo todavía mojado y esparcido por la espalda, decidí irme a la cama.
Sin embargo, al rodear el escritorio para llegar a esta, reparé en algo que había olvidado por completo. Cogí el pequeño libro y, con una sonrisa, salí de la habitación en dirección al ala de invitados.
Llamé suavemente a la puerta y la abrí, sin esperar una respuesta.

-Creo que tengo algo que te pertenece…o lo hizo, en algún momento.

Me disponía a desvestirme, cuando alguien llamó a la puerta y bufé. No tuve tiempo de levantarme de la cama si quiera cuando entró en la habitación, radiante, con aquel cabello azul celeste cayendo mojado a su espalda. Estaba preciosa, y en aquel momento me fijé en que toda ella desprendía alegría, más allá de su rostro frío.

- Oh. Vaya. ¿Puedo ayudaros en...?- Dije, ante la sorpresa. Allí estaba la princesa, sonriente, con un libro entre las manos- déjeme ver... oh. El rey Gong y sus guerras en el norte- Lo recordaba perfectamente, y sonreí al recordar las peripecias de aquel enano loco que jugaba a hacer la guerra- Era mi cuento favorito.¡ Muchísimas gracias! Que ilusión. ¿Como... como lo ha hecho? Es increíble. Debía estar enterrado entre montañas y montañas de libros. Creo sólo por esto me veo obligado a perdonarla que irrumpa así en habitaciones ajenas. Claro que es su castillo... Puede entrar aquí y allá cuando le venga en gana. A veces olvido que ésta ya no es mi habitación. Dormía precisamente aquí cuando vivía bajo la tutela de su señor padre, ¿sabe?- No podía dejar de hablar. Estaba extasiado- Me encanta. Desde esta ventana podía ver absolutamente toda la ciudad, o la parte de la ciudad que da al norte, al bosque y las montañas que hay más allá. A veces, cuando...- Me ruboricé un segundo, ante lo que había estado a punto de soltar. No, no era apropiado hablar a la princesa de las personas que habían pasado conmigo la noche en aquella misma habitación- a veces, cuando no había podido pegar ojo en toda la noche, veía el amanecer entre esas dos montañas.

Tras unos segundos, mis ojos se acostumbraron a las sombras y pude distinguir al elfo, que se encontraba en la cama. La única luz que había era la de la luna llena, que entraba por la ventana y le daba a todo un tono plateado, como mágico. Esta era suficiente para iluminar toda la habitación, que me pareció diminuta en comparación con la mía; nunca había pasado más de 12 horas en ninguna de las habitaciones de invitados, y esta vez no iba a ser una excepción.

Escuché el torrente de palabras y emociones que salieron de sus labios al ver el libro. Esto hizo que sonriera durante todo el tiempo que estuvo hablando, observándolo mientras su mirada se perdía por la habitación. La sincera felicidad que mostraba se contagiaba, e hizo que me alegrara de verdad de tenerlo allí.

- A mi hermano pequeño también le encantan las historias de caballeros y guerras, al menos las que no tiene que estudiar. Y no lo recuerdo muy bien…pero juraría que una vez me obligó a que le leyera este libro, de ahí que me sonara tanto tu nombre. Me llamó la atención, porque tenemos prohibido escribir en los libros, y la firma parecía muy antigua. Ha sido bastante raro, la verdad; no sabría explicarlo, solo he seguido mi intuición hasta encontrarlo.-finalicé con una sonrisa.- Y, ¿cómo que irrumpir en una habitación ajena? El extraño ahora eres tú. Podría dormir perfectamente aquí, si quisiera.-bromeé sentándome a su lado, en la cama, aspirando de nuevo su olor a bosque.-Es una cama grande y, como bien has dicho, es mi castillo…

- ¿Ah, si? De modo que el extraño soy yo... Le presento mis disculpas, entonces. Lamento haber irrumpido en la habitación dónde habíais decidido pasar la noche. La cuestión es que pasaba por aquí, y me fijé en que no había ningún guardia velando vuestra seguridad mientras dormíais- dije, en un tono inocente- No deberíais andar por el castillo sin la compañía de uno. ¿Que pretendíais?

La entrada de la princesa Iresia había despejado todo atisbo de cansancio de mi cuerpo, y me sentía completamente nuevo. Olvidé quién era ella y recordé quién había sido yo por un momento.

- Además, estoy seguro de que hay habitaciones mejores en este castillo si lo que realmente queréis es dormir. Pero si seguís obcecada en esta... Algo tendrá, imagino.

Pero entonces lo recordé todo, cuando sin darme cuenta había hecho que nuestros rostros estuvieran demasiado cerca, pero en aquel momento en que mi mirada no estaba más alta que la suya y sus ojos me escrutaban de frente, me vi incapaz de dar un paso atrás. Los ojos de hielo, en un marco invernal y su cabello celeste mojado, el agua que pasaba de su pelo a mi mano mientras la peinaba con ellos, apartándolos de... de sus labios violetas. De un violeta sobrehumano. E hice lo único que podía hacer ya. La besé, un beso largo, muy largo, o tal vez demasiado corto, en el que ella no se echó atrás. No sé cuánto tiempo pasó, pero el caso es que no fue eterno. Terminó, como todo, y lo hizo cuando el sonido de la puerta nos devolvió a la realidad.

No había pasado mucho rato desde que había caído profundamente dormido cuando escuché la voz de Drante, llamándome, en mi mente. Desperté casi de un salto, movido por una especie de instinto completamente desconocido, e intenté establecer contacto con él para ver que había sucedido, pero su presencia simplemente había desaparecido. Él ya no estaba allí, o eso parecía. Lo intente varias veces más, para ver si era por falta de concentración, pero cada segundo que pasaba sin escuchar su voz me ponía mas y mas nervioso. Cuando salí por la puerta, al borde del infarto, y eché a correr por el pasillo en dirección a la habitación de Gïo, estaba completamente seguro de que algo iba muy mal, y que no era cosa de que estuviese frenético y medio dormido. entré de sopetón en el cuarto, cayéndome de bruces al suelo. Me levanté de un salto y busqué a mi amigo en la oscuridad, sin reparar apenas en la princesa, y en lo cerca que estaban ambos.

--¡¡GÏO!! ¡¡ALGO VA MAL!! ¡¡DRANTE ME HA DESPERTADO Y AL INSTANTE SU PRESENCIA HA DESAPARECIDO DE MI MENTE!!--grité, lo más alto que pude, casi sin darme cuenta. Trás decir aquello y ver como mi amigo se incorporaba, eché a correr de nuevo, esta vez rumbo al establo, donde debía estar el dragón, pero la escena que me encontré fue aterradora.

Un grupo de unso cinco hombres estaban subiendo dos bultos a un carruaje: uno tenía la forma de Drante, y la otra de un niño pequeño. Me enfurecí y saqué la espada de mi cinto. Fue extraño, porque con los nervios no recordaba haberla cogido.

--¡¡SOLTADLES AHORA MISMO U OS REBANO EL CUELLO Y OS HAGO TROCITOS!!--Chillé, con toda mi furia, blandiendo mi arma.

El primer día había ido sobre ruedas. Tampoco era muy difícil, teniendo en cuenta que consistía en una larga presentación en la que se explicaba a los alumnos en qué iba a consistir su día a día: desde cada una de las clases de enseñanza mágica que recibirían, hasta las clases de esgrima, pasando por las tareas domésticas que cualquiera debería saber llevar a cabo. Esto último se había introducido hacía pocos años en la Torre, pero era muy práctico para recordar a los alumnos que, si bien éramos tolerantes, no nos caracterizábamos por ser poco exigentes. Además, esas tareas evitaba que se metieran en muchos problemas, dado que la idea de un castigo superior a los deberes domésticos les rondaba constantemente la cabeza: si esas actividades eran algo común en el día a día de un aprendiz, ¿qué tendríamos reservado para los castigos?

- Profesor – me sorprendió un nuevo alumno – hay abajo un hombre y una mujer que preguntan por usted. Parecen un tanto preocupados.

- De acuerdo Lar, gracias por avisarme. Vete ya a casa, se hace tarde. Pero recuerda que a partir de mañana, todos los aprendices deben permanecer en la Torre hasta que termine su formación. Mañana te asignarán un compañero de habitación y una dependencia para ambos.

El joven asintió, hizo una reverencia y salió del aula. Solo llevábamos un dia de clase y aquel chaval ya mostraba un tesón por el aprendizaje fuera de lo normal, incluso para los alumnos primerizos, que llegaban con muchas ganas e ilusiones.

Recogí los libros con los que estaba trabajando y caminé deprisa hacia el vestíbulo de la Torre, donde se hacía esperar a las visitas hasta que llegaba el aprendiz o el hechicero con el que querían entrevistarse.

- ¡Sue, Ador!, ¿sucede algo? - dije, saludando con una sonrisa a los padres de Nerón.

- Señor, sentimos molestarle a estas horas, pero teníamos entendido que el primer día Nerón volvería a casa.

- Y así es, ¿por... no ha aparecido por casa aun? - les pregunté.

- No – susurró ella con atisbo de terror en la voz.

¿Qué significaba aquello? Hacía tres horas que todos los estudiantes nuevos habían terminado las clases, tiempo más que suficiente para que Nerón regresara a casa. El chico era joven, pero parecía lo suficiente responsable como para no preocupar de esa forma a sus padres.

- Está bien, quedaos aquí mientras voy a consultar si Nerón se ha quedado en la biblioteca o realizando algún encargo para otro profesor – dije, intentando tranquilizarlos.

Yo sabía que no era así. Al terminar las clases me había quedado en mi despacho para avanzar en mi investigación sobre magia defensiva. En uno de los descansos había estado observando a aquel dragón sobrevolar los cielos, y también había visto al chico salir del recinto de la Torre con un grupo de aprendices.

Cuando me quise dar cuenta estaba justo delante de la puerta del Serafín. Aquel era un hombre fuera de lo normal: se había graduado a los 18 años, como era normal en la mayoría de los estudiantes, pero había sobresalido enormemente en todas las área por encima de los demás alumnos. Y no solo eso: era el hechicero más poderoso de la Torre de Menlis, incluso por encima de mi, que estaba considerado como uno de los magos más fuertes desde hacía siglos.
Llamé a la puerta y, tras escuchar la invitación a entrar, me deslicé dentro de la estancia.

Salí, movida por un mal presentimiento, de la habitación del elfo, en pos de este y su compañero humano. Recorrí los pasillos lo más rápido que pude, preguntándome qué pasaba. Al atravesar el patio y llegar a la zona de los establos me paré.
Los guardas del castillo, alertados por los gritos de Harias, habían aparecido al instante. Consiguieron reducir a los cinco hombres en poco tiempo, ya que estos, además de ser humanos, no eran muy duchos en el arte de pelear. La lucha no me interesaba demasiado y no me fijé en ella, pero sí pude observar como dos de mis guardias se vieron obligados a parar y tranquilizar a Harias, el cual estaba frenético y capaz de matar a cualquiera.

El frío viento del exterior me encontró en camisón, con el pelo todavía mojado, helada. Pero nada me importó esto cuando mis ojos encontraron el carruaje situado un poco más lejos. O más bien lo que distinguí en él: las luces del patio, encendidas, dejaban atisbar las sombras de unos bultos inertes. Una de ellas, la más pequeña, me resultó terroríficamente familiar.
La rabia y el miedo que sentí en ese momento hicieron que un torrente de magia me recorriera la espina dorsal y se extendiera por todo mi cuerpo, concentrándose en las yemas de los dedos. Creé dos esferas de luz mágica que se situaron metros por encima de nosotros, iluminando todo con una claridad cegadora.

-No…no…Aran…-susurraba mientras corría hacia su cuerpo, que yacía con los ojos cerrados a escasos metros de nosotros.- ¡Contesta! Despierta, por favor, por favor, por favor…-dije con un tono cada vez más alto, sin darme cuenta siquiera de que una tras otra, un torrente de lágrimas recorría mis mejillas.
Lo que si noté fue un movimiento detrás del carruaje: descubrí que no eran cinco, sino seis, los intrusos del castillo. Este último estaba escondido, esperando para poder escapar. Pero cuando su mirada encontró la mía, pude ver como en sus ojos marrones se arremolinaba un terror infinito. Dos segundos más tarde, la misma mirada se encontraba vacía, y el cuerpo del secuestrador calcinado por el rayo de magia que había escapado de las yemas de mis dedos, casi inconscientemente.

En ese mismo instante, todas las fuerzas salieron de mi cuerpo. Con la imagen de Aran en mi mente, sentí que me desvanecía.
Antes de que todo se volviera negro, en lo único que pude pensar fue en el abrazo que me sostuvo y evitó que cayera al suelo.

Unos guaridas salieron a mi paso, alertado por mis gritos, y cuando quise darme cuenta, dos de ellos me sujetaron, antes de que pudiese ensartarle la espada a uno de esos mal nacidos que habían tratado de levarse a Drante. Los guardias atraparon a los cinco secuestradores, y sin saber bien por que, Iresia se puso completamente histérica. Todo pasó muy rápido, pero cuando volví a la realidad, vi el cuerpo inerte de Aran, y tuve los reflejos suficientes para agarrar a la princesa, que se había desmayado por el dolor que le suponía la posibilidad de perder a su hermano. Con la ayuda de Gïo, y tras comprobar que Aran y Drante solo estaban inconscientes, subimos a los dos hermanos al ala de habitaciones, y dejamos a los dos acostados en la cama de Iresia, para que ella se llevase una grata sorpresa al despertar y verle bien. Salimos de la habitación y me despedí de Gïo, pues me negaba a pasar el resto de la noche lejos de Drante. A la mañana siguiente interrogaríamos a los prisioneros para ver que era exactamente lo que buscaban. Cogí la manta de mi cama y bajé a los establos, donde me acurruque al lado de mi dormido dragón, deseando que lo que le hubiesen dado fuese un somnífero y no un veneno.

Säria-She no dormía, como toda ciudad que se precie. Los negocios, los trueques, las disputas y los asesinatos no cesaban en la zona baja pero en las altas colinas la nobleza "descansaba", siempre alerta.
Conocía aquella ciudad y su distribución como la palma de mi mano, aun sin ser mi hogar. En realidad yo no tenía un hogar fijo, tan solo mi Bessa, un viejo barco pirata que había robado años atrás cuya tripulación se basaba en su capitán, el solitario lobo de mar Valmar de Rhen; yo mismo.
Desde que era un cachorro había soñado con surcar los mares de todos los continentes, llegando a los confines de aquel mundo. Por el momento llevaba trazado largo recorrido, pero no el suficiente...además, hacía tiempo que navegar estaba para mi persona carente de emociones. Ya daba igual en qué mar me encontrase, sencillamente, no fijaba mi vista en la belleza de la travesía pues ya nada me importaba lo suficiente.
Apuré el ron espeso que quedaba en el culo del vaso y pedí otro. Mis ganas de beber nunca se agotaban, eran insaciables y de hecho mi apetito se concentraba en el beber, el comer y en una buena ramera calentándome el lecho del camarote durante las noches más aciagas.

A aquellas horas la taberna "La puta ahogada" era un hervidero de maleantes, borrachos y en definitiva, la podredumbre de la ciudad, como la nobleza se refería a los desgraciados de la zona baja. Yo me consideraba a mi mismo como un hombre libre, sin leyes ni cadenas y también como un pirata borracho venido a menos, muerto en vida. Pero no era más infeliz que el resto de hombres en aquel lugar y de seguro, que aquel tirano que se hacía llamar "Rey Elrich".
Pensar en nobles levantaba violentas llamas en mi estómago, no soportaba todo aquel circo. Gentuza como Elrich hacían del mundo un lugar más mísero, con su pompa y sus aires altivos, distinguiéndose del resto de los mortales y razas, pretendiendo ser queridos y adorados por todos sin habérselo ganado.
Seguí sorbiendo de mi decimosexto vaso (y eso no era nada comparado con otras noches). Mientras lo hacía con gestos mecánicos escuché a un grupo de hombres que contaban sus correrías de la última semana a voz en grito. La cabeza me daba vueltas y la rabia fue en aumento cuando las palabras "Dragón" y "Mago" se hicieron audibles por encima de cualquier otra.
Me di la vuelta y observé de dónde que provenían aquellas palabras. Un joven arrogante, con un cuchillo enfundado en el cordón que sujetaba sus pantalones a modo de cinturón, relataba al camarero lo que sus ojos habían visto días atrás.
-ERA UN DRAGÓN, como te digo, jamás había visto uno...me parecían una leyenda arcana. -El joven gritaba exaltado y el camarero rió con voz ronca antes de intervenir.
-Pero chaval, ¿estás seguro de que era un dragón y no cualquier pájaro? anda, estás borracho...
-NO, NO, te juro que lo vi y otros podrán decir lo mismo, surcaba los cielos con un refulgente color escarlata y no era grande pero te aseguro, ERA UN DRAGÓN y su dueño MAGO pasó por esta misma ciudad...
El camarero le miró con incredulidad, no presto a creer en algo así y bajando la mirada, siguió sirviendo alcohol. El revuelo que se había armado alrededor del chico se esparció a su vez y ya nadie se interesó por dragones y magos en la taberna. Pero yo seguí dándole vueltas a la conversación porque muy a mi pesar, sí creía en la actual existencia de dragones, los había visto tiempo atrás con mis propios ojos, al revés que toda aquella gente que no había visto apenas mundo.
Sí...muy a mi pesar la magia estaba presente en el mundo y tenía verdadero poder. Yo carecía de dones mágicos, al igual que Säria-She carecía de escuelas de magia. Siempre he sido lo que se dice, un vulgar y anónimo ser humano, con 30 años vividos y no demasiados más por vivir.
Apreté el vaso con la mano, lleno de rabia una vez más. Ultimamente esa rabia era lo único que me distinguía de estar muerto y sí, odiaba la magia y a todos sus congéneres. Ella, don injustamente repartido y usado de mala manera, para fines altamente egoístas. Una parte de los humanos, los más desgraciados, no recibimos magia de ningún tipo y hemos vivido siempre el día a día sin ayuda de nadie mas que de nuestra propia fe y fuerza interna.
Para mi la magia significaba la razón de haber perdido lo que me hacía sentir vivo, esa energía de dioses me arrebató lo que más quería y esa misma magia no me la iba a devolver a ella...
"Bessa" bebí sin cuidado, mezclando las lágrimas que empañaban mis ojos con las gotas de alcohol que bajaban lentamente por mi tupida y descuidada barba negra. Bebí hasta hartarme, quería reventar y no volver a sentir dolor. Repetí su nombre "Bessa", "Bessa", "Bessa"...con cada trago su recuerdo se volvía más difuso hasta volverse todo negro. Las fuerzas y las ausentes ganas de vivir me abandonaron en el momento y mi cabeza cayó inerte en la barra maciza.